RIVAR Vol. 1, N° 1 ISSN 0719-4994 IDEA-USACH, Santiago de Chile, enero 2014


Presentación

 

Pablo Lacoste (Director)

 

PRESENTACIÓN

Viticultura, agroindustria y ruralidad en América Latina y Europa Mediterránea: un espacio de investigación para el desarrollo

El cultivo de las plantas, la cría de ganado y la elaboración de alimentos, representan una parte importante en la vida económica de países de América Latina y Europa Mediterránea. Mientras otras regiones del mundo se distinguen por sus industrias y tecnologías, el espacio iberoamericano se destaca por sus alimentos, generados en buena medida a partir de la producción agropecuaria y agroindustrial.

España es el país que cultiva la mayor superficie de olivares y viñas del mundo, situación que no es coyuntural sino resultado de una larga tradición histórica. A partir del siglo XV, la cultura rural de España y Portugal se transmitió a las colonias americanas: nostálgicos de su tierra natal, los colonos ibéricos adaptaron las plantas y animales europeos a los climas y suelos americanos. A ello se sumaron plantas de otras regiones, como el azúcar y el café, que se propagaron con rapidez en el nuevo mundo. Se comenzó a recorrer así un itinerario cultural fecundo, tal como se refleja en la actualidad: entre los actores importantes del mundo del vino en el siglo XXI, figuran varios países del nuevo mundo latinoamericano, como Argentina y Chile, seguidos por México, Uruguay, Brasil, Bolivia y Perú.

La cultura del trabajo agrario se desarrolló con vigor en América Latina y varios de sus países han llegado a ocupar lugares de liderazgo en varios rubros. En producción de soja, se destacan Brasil (2° productor mundial), Argentina (3°) y Paraguay (6°). En el mundo del café brillan Brasil (1°), Colombia (4°) y Perú (6°). Los paisajes del azúcar son importantes en varios países latinoamericanos, sobre todo Brasil, México, Cuba, Jamaica y República Dominicana. Sobre esta base surgió la tradición de destilados como el ron y la cachaza, de singular presencia en la vida social de la región.

En el plano de la fruticultura, casi todos los países iberoamericanos figuran entre los 20 principales productores mundiales, comenzando por Brasil, México y Chile. Brasil se destaca en naranjas (1° lugar mundial) y mandarinas (3°). México es líder en paltas (1°), limones (2°) y pomelos (3°). Chile es fuerte en palta (2°), kiwi (3°), uva de mesa, manzanas y peras. También se destacan como productores y exportadores de frutas Argentina, Colombia y Perú.

La producción del campo ocupó un papel central en la economía iberoamericana durante los últimos cinco siglos, con la alternancia de etapas favorables y negativas. Un punto de inflexión importante fue la Gran Depresión económica mundial de 1930. A partir de entonces, la mayoría de los políticos y economistas alentaron la industrialización sustitutiva de importaciones, mediante políticas fiscales y arancelarias que promovían una transferencia de riqueza del campo a la ciudad. Detrás del dinero se desplazó la población.

Poco a poco, casi sin darse cuenta, se aceleró el proceso silencioso de migración de las zonas rurales a las zonas urbanas. Con estas políticas, los países latinoamericanos alentaron, un proceso de macrocefalia. Se cumplió la profecía del bonaerense Leandro Alem: la concentración de recursos alentó el desarrollo de "la cabeza de un gigante en el cuerpo de un pigmeo", tal como señaló en su discurso en la Legislatura de Buenos Aires en 1880. Lo que el diputado radical vaticinó para Buenos Aires, se extendió al conjunto de América Latina, tal como reflejan los 30 millones de habitantes de la ciudad de México, los 20 de San Pablo, los 13 de Buenos Aires, los 10 de Lima y los 7 de Santiago. Esas ciudades concentran alrededor de un tercio de la población nacional de México, Brasil, Argentina, Perú y Chile, respectivamente. Esta brutal concentración de población en las grandes ciudades generó a su vez, serios problemas de contaminación, hacinamiento, violencia, inseguridad, baja calidad de vida y otras externalidades negativas.

La macrocefalia latinoamericana, fruto del descuido del mundo rural, contrasta con el equilibrio alcanzado en Europa. Buena parte de los países del Viejo Continente han logrado un desarrollo más armónico entre capitales y provincias; entre centros y periferias. Por ejemplo, las mayores ciudades de Italia (Milán y Roma) tienen cinco millones de habitantes, cuando la población total de la nación llega a 60 millones. Situaciones parecidas se perciben en otros países como España, Francia y Alemania (Berlín tiene 3,5 millones de habitantes en un país de más de 80).

El mayor equilibrio territorial de Europa tiene que ver con la valoración de la producción rural, su diversidad y especificidad. En ese sentido, un papel importante cupo al desarrollo de las Denominaciones de Origen e Indicaciones Geográficas, mecanismo de suma utilidad para mejorar la valoración de los productos agroalimentarios del campo, incrementar la rentabilidad de la actividad, y facilitar la continuidad del arraigo de la población rural a su tierra, su cultura y su paisaje. No es casualidad que Francia cuente con 600 Denominaciones de Origen reconocidas internacionalmente. Por contraste, en América Latina, las DO solo existen en casos excepcionales. La pobreza de este desarrollo es otro indicador del escaso interés de las élites nacionales (políticos, economistas, investigadores, académicos, burócratas) por el desarrollo rural.

El desarrollo de las DO permite fortalecer el prestigio de un producto, su fuerte posicionamiento en el mercado, rompiendo el monopolio de las grandes empresas trasnacionales. Estas empresas tienen capacidad de posicionar sus marcas en el mercado a través de millonarias inversiones en marketing. Las pequeñas y medianas empresas no cuentan con recursos para ello. Pero las DO permiten emparejar el campo de juego, porque funcionan como marcas colectivas, en el sentido de favorecer por igual a los grandes y a los pequeños.

A esta situación hay que añadir el mundo del cooperativismo, cultura empresaria muy arraigada en la Europa mediterránea y que ha dado y está dando grandes resultados a la hora de colocar los productos en el exterior a través de grandes marcas que en muchos casos controlan los propios productores. La novedad más reciente es sin duda la fusión de cooperativas intersectoriales, como la que se está gestando entre los sectores del vino y el aceite para aprovechar así las cadenas de distribución; una operación cuyo fin es disponer de una oferta conjunta de productos relacionados con la dieta mediterránea. Esta situación se percibe también en América Latina, donde se destacan algunas cooperativas de productos agrícolas, como la empresa Pisco Capel, o bien, las cooperativas Colun (Chile) y Sancor (Argentina) en la industria láctea. El desarrollo del cooperativismo puede ser una respuesta más solidaria y democrática frente a las tendencias a la concentración de la riqueza que suele alentar el modelo de la globalización.

Otro mito del campo instalado en América Latina tiene relación con la supuesta incompatibilidad de economía agraria y desarrollo. Muchos economistas y políticos latinoamericanos tienden a minimizar el potencial de estas actividades. Para ellos, la producción agropecuaria carece de valor agregado. Se trata de una mirada superficial y equivocada. Basta considerar la complejidad del proceso que implica la exportación de fruta en fresco, con sus cadenas de frío, tecnología de atmósfera controlada, sofisticados sistemas de packaging, transporte y comercialización. De acuerdo a todos los indicadores, la exportación de fruta en fresco equivale a cualquier exportación industrial de alta complejidad. Sin embargo, estos conceptos son invisibles para la mayor parte de los dirigentes latinoamericanos. Para ellos, sólo es posible alcanzar el desarrollo con los clásicos modelos de plantas industriales, acero y carbón. A partir de este supuesto se han diseñado buena parte de los planes económicos implementados en América Latina en los últimos 80 años. En estos enfoques no se ha tenido en cuenta que, junto con la industria, la producción agropecuaria también puede abrir un camino a la prosperidad y el desarrollo, tal como demostraron los casos de Australia, Nueva Zelanda y Noruega (Nokia comenzó inicialmente como empresa forestal).

Además de los fundamentalistas de las grandes fábricas industriales, el mundo del agro tiene también otras dificultades, particularmente con la minería contaminante. La creciente inversión en yacimientos mineros, particularmente en América Latina, ha generado un frente de conflicto con las comunidades dedicadas al cultivo de la tierra y la crianza del ganado. El pasivo ambiental que dejó la empresa Chevron en Ecuador, valuado en 20.000 millones de dólares por el gobierno de ese país, es un claro ejemplo. Otro caso emblemático es la inversión de la canadiense Barrick Gold en la mina Pascua Lama, en la frontera entre Argentina y Chile, entre la provincia de San Juan y la IV Región de Coquimbo. El proyecto comenzó en la década de 1990 con una inversión calculada en 10.000 millones de dólares, para desarrollar la mayor mina de oro del mundo. Junto con esta lucrativa producción minera, este proyecto significaba un riesgo por impactar en una zona de montañas y glaciales de alta fragilidad ambiental, y con fuerte impacto potencial en la agricultura regional: basta señalar que San Juan es la segunda mayor provincia productora vitivinícola de Argentina y, en el lado chileno, la IV Región es un espacio relevante de fruticultura, viticultura y sobre todo, el centro de producción de Pisco, principal Denominación de Origen de Chile y de América del Sur. La suspensión de Pascua Lama, dispuesta por la justicia chilena en 2013, cuando ya se habían invertido 5.500 millones de dólares en el emprendimiento, muestra el nivel de impacto que pueden generar las contradicciones de intereses entre minería y agricultura.

A partir de los temas señalados, se puede advertir la relevancia estratégica que tiene el estudio de la producción agraria y agroindustrial en el espacio de América Latina y Europa Mediterránea. Particularmente interesa el lazo con el espacio ibérico, por la tradicional relación de España y Portugal con los países del nuevo mundo. Se trata de una cultura compartida, a ambos lados del Atlántico, suturada a lo largo de cinco siglos de historia común. En muchos temas, sólo a partir del estudio de lo que ocurrió al otro lado del océano, se ha podido resolver un problema.

La industria de la vid y el vino, como producto agrario en su origen, es un indicador elocuente. En Europa Mediterránea y América Latina, la viticultura tiene una tradición de notable antigüedad (cinco milenios en el viejo continente y cinco siglos en el nuevo). Es una industria antigua; pero también tiene rasgos modernos, pues su elaboración ha ido requiriendo de técnicas cada vez más sofisticadas para atender a las exigencias de los consumidores de los países desarrollados, en la misma forma que la industria manufacturera ha debido incorporar nuevas tecnologías de producción para mejorar la calidad y reducir costos.

La fecundidad del trabajo mancomunado entre ibéricos y latinoamericanos se ha puesto en evidencia en el caso de la vitivinicultura. La organización del Seminario Iberoamericano de Viticultura y Ciencias Sociales, celebrado por primera vez en la Universidad de Talca, en 2004, significó una oportunidad bien aprovechada. A partir de entonces se comenzó a construir una red internacional, con colegas investigadores de diversos países, tanto de Europa (España, Portugal, Francia), como de América del Norte (Canadá, EEUU, México) y América del Sur (Argentina, Chile, Brasil, Uruguay, Perú, Bolivia). Los colegas sintieron que estos espacios de encuentro resultaban estimulantes para crecer académicamente; para pensar juntos los problemas de la agricultura y la agroindustria entre Europa y América. Se realizaron sucesivas reuniones en Argentina, Chile, México y España, organizados por la Universidad Autónoma de Madrid y el CSIC del lado europeo, y de la Universidad Nacional de Cuyo, la Universidad Nacional de San Juan, la Universidad Iberoamericana de México y la Universidad de Santiago de Chile, entre otras instituciones.

La relevancia del tema y la dedicación de la comunidad académica a cultivar este campo del conocimiento, se ha hecho visible también en los proyectos de investigación y publicaciones. Varias revistas académicas indexadas de la región han tenido que dedicar números monográficos a tratar específicamente estas problemáticas. Universum publicó cuatro dossier especiales sobre el particular (n° 19, 2, 2004; n° 20, 2, 2005; n° 21, 2, 2006 y n° 22, 2, 2007). Posteriormente hizo lo propio la revista de Estudios Avanzados (n° 14, 2010 y n° 16, 2011). A ello se suman tres libros colectivos como Los vinos de Europa y América. Catorce miradas desde las ciencias del hombre (Paris, 2010), coordinado por Frédéric Duhart y Sergio Corona Páez; Patrimonio cultural de la vid y el vino (Madrid, Universidad Autónoma de Madrid, 2013), editado por Sebastián Celestino Pérez y Juan Blánquez; y Frutales cultura y sociedad (Santiago de Chile, 2014), coordinado por José Antonio Yuri y el suscrito. Estas publicaciones monográficas han constituido hitos relevantes en el tema, juntamente con los artículos que sucesivamente se han publicado en Mundo Agrario, revista hermana de la Universidad de La Plata (Argentina), entre otras.

Después de una década de trabajo mancomunado, finalmente se llegó a la decisión de poner en marcha una publicación periódica, dedicada a dar a conocer resultados de proyectos de investigación en estos temas, de acuerdo a las normas de las revistas indexadas internacionales. Este fue el sentido de crear la Revista Iberoamericana de Viticultura, Agroindustria y Ruralidad. Esperamos abrir con ella un espacio adecuado para debatir los problemas de la producción del campo, con la esperanza de aportar al desarrollo de nuestros respectivos países.