Marcelo Mayorga Z. “Actividad lobera temprana en la Patagonia Oriental: caza de mamíferos marinos”.
RIVAR Vol. 4, N° 11. Mayo 2017 pp 31-51.
Artículos
Actividad lobera temprana en la Patagonia oriental: caza de mamíferos marinos*
Early Sealing Activities in the Eastern Patagonia: Hunting of Marine Mammals
Marcelo Mayorga Z.**
**Doctor en Estudios Americanos. Académico, Facultad de Educación y Ciencias Sociales, Universidad de Magallanes, Chile. Correo electrónico: marcelo.mayorga@umag.cl
Resumen
A partir del último cuarto del siglo XVIII, las aguas del Atlántico sur comenzaron a ser el teatro de operaciones de un indeterminado número de navegantes estadounidenses y británicos dedicados a la caza de mamíferos marinos, en particular, lobos de mar (lobo marino fino o de dos pelos, Árctocephalus australis y lobo marino de un pelo o común, (Otaria flavescenses). El foco de interés de esta actividad comercial estuvo dado por las pieles y la grasa de los pinnípedos, productos que eran altamente cotizados en mercados tan lejanos como Cantón (China), Londres y en los puertos de la naciente república estadounidense.
Entre las principales áreas de caza recorridas por loberos anglo-norteamericanos se hallaban las islas Falkland/Malvinas1 y la costa nororiental de Patagonia (litoral de las actuales provincias de Santa Cruz y Chubut, Argentina), desde donde se extrajeron significativas cantidades de pieles y barriles de aceite. La caza se realizaba directamente en la costa, al igual que las labores de procesamiento de la materia prima, tales como el curado y secado de las pieles, y el proceso de transformación de la grasa en aceite. Esta actividad se enmarcaría dentro del proceso de expansión llevado a cabo por las potencias europeas noroccidentales y posteriormente, por Estados Unidos.
Con el objetivo de contribuir a conocer mayores antecedentes respecto de las primeras actividades de caza marina llevadas a cabo en las costas argentinas, se presentan una serie de registros históricos inéditos, extraídos desde logbooks de embarcaciones loberas estadounidenses y que entregan valiosa información respecto del medio físico y humano de esta parte del planeta.
Palabras clave: loberos, lobos marinos finos, Patagonia, pieles, aborígenes patagónicos.
Abstract
From the last quarter of the eighteenth century, the waters of the South Atlantic began to be the theater of operations of an indeterminate number of American and British sailors engaged in hunting of marine mammals, particularly seals (fur seal, Arctocephalus australis and hair sealor, Otaria flavescenses). The focus of this commercial activity was given by the skin and fat of pinnipeds, products that were highly prized in markets as far away as the port of Canton (China), London and ports of the nascent American republic.
The main hunting areas of marine mammals explored by Anglo-Saxons sealers, were the Falkland/Malvinas islands and the northeastern coast of Patagonia (coastline of the provinces of Santa Cruz and Chubut, Argentina), from which they extracted significant amounts of fur and oil barrels. Hunting was done directly on the coast, like the work of processing the raw material, such as curing and drying of the skin, as well as the transformation of fat into oil. It is hypothesized that this activity is part of the process of expansion carried out by the North-Western European powers and later, by the United States.
With the objective of contributing to provide further background regarding the first marine hunting activities developed in Argentina’s coast, a serie of unpublished historical records are presented, extracted from logbooks of sealing schooners and provide valuable information about the physical and human environment of this part of the planet.
Keywords: sealers, fur seal, Patagonia, skins, patagonian aborigines.
Introducción2
Hacia fines del siglo XVIII e inicios del siglo XIX, se produjo en el cono sur de América -específicamente en el área de Patagonia, Tierra del Fuego, islas Falkland/Malvinas e islas subantárticas y posteriormente, en el continente antártico- la consolidación de una actividad económica ligada a la explotación de mamíferos marinos, basada en el aprovechamiento de las pieles (lobo marino fino o de dos pelos, Arctocephalus australis y lobo marino de un pelo o común, Otaria flaveseenses) y la grasa (elefante marino, Mirounga leonina).
Esta actividad fue llevada a cabo principalmente por marineros de nacionalidad británica y estadounidense, y en menor medida, por naves de bandera francesa, cuyos principales mercados para la comercialización de sus productos fueron inicialmente los distantes puertos de Cantón (China) y Londres. Más tarde, la materia prima se transportó directamente a las costas de EE.UU.
Dada la escasez de registros que den cuenta de los pormenores de las actividades llevadas a cabo por este grupo de marineros, en términos de logística, rutas comerciales, y sobre todo, en lo referido a relaciones interétnicas (Mayorga, 2016), a continuación se recoge una serie de antecedentes inéditos extraídos desde tres bitácoras loberas habidas en la G. W. Blunt White Library del Mystic Seaport Museum en Estados Unidos y desde un escasamente aprovechado diario de viaje de un tripulante del navío lobero Neptune, documento que a la sazón, constituye la primera fuente escrita hasta ahora conocida respecto del quehacer de los loberos en las costas patagónicas.
Al respecto, se plantea la hipótesis que esta actividad cinegética estuvo relacionada directamente con el proceso de expansión por parte de las potencias europeas noroccidentales y Estados Unidos, materializada a través de expediciones científico-navales, que caracterizaron los años finales del siglo XVIII e inicios del XIX, entre cuyos protagonistas se inscriben los cazadores de lobos marinos, quienes junto con impulsar la concreción de sus propios intereses comerciales, directa e indirectamente contribuyeron a la consolidación de los intereses extraterritoriales de sus naciones, a través de la consolidación de nuevas rutas y circuitos comerciales, y ulteriormente, de la vinculación de espacios periféricos con los grandes centros de comercio mundial. Adicionalmente, se postula la hipótesis de que los cazadores de lobos marinos fueron personajes capaces de acumular abundante información respecto al carácter de los habitantes y territorios recorridos, aportando con su conocimiento a posteriores expediciones que navegaron por el extremo sur de América.
Metodológicamente, nos hemos basado en el paradigma microhistórico, en términos del análisis intensivo del material documental y la reducción de la escala de observación, complementadas con técnicas de análisis histórico documental, tales como la utilización de fichas analíticas para la extracción de información y la aplicación de un análisis hermenéutico clásico de las fuentes.
Antecedentes de la presencia lobera en el hemisferio sur
Cabe consignar que miles de años antes que se diera inicio a la caza comercial de las diferentes especies de lobos marinos, grupos aborígenes de ambos hemisferios hicieron del aprovechamiento de estos mamíferos una actividad fundamental para procurar su existencia.3
La presencia de sealers4 británicos y norteamericanos en latitudes australes data desde fines del siglo XVIII. Determinar con exactitud la fecha de llegada de la primera embarcación con fines de caza de lobos marinos al extremo sur americano resulta una tarea compleja, sino imposible, dada la escasez de registros que lo consignen, situación que responde a la naturaleza de la actividad, centrada en el lucro y de carácter extremadamente competitivo. En tal sentido, una vez descubierta una lobería por alguna tripulación, se hacía necesario mantener en secreto sus coordenadas, debido a que cada nuevo apostadero era rápidamente exterminado y abandonado al cabo de pocas temporadas (Kirker, 1970: 21).
Como señalamos en otro trabajo (Mayorga, 2016) los antecedentes que explican la expansión de los loberos hacia aguas meridionales del océano Pacífico están dados, en primer lugar, por el impulso generado por las diversas expediciones científico-navales organizadas por las potencias europeas durante el siglo XVIII, entre las que destacan las de los ingleses John Byron (1764), James Cook (primer viaje en 1768 y segundo viaje llevado a cabo en 1772) y la del francés Louis Antoine de Bougainville (1766), de cuyas publicaciones derivaron valiosas observaciones, sobre todo, en lo relacionado a la abundancia de mamíferos marinos en el océano Pacífico y Atlántico sur (Kirker, 1970: 1417), información que será aprovechada especialmente por loberos y balleneros.
En segundo lugar, por las consecuencias derivadas tras la independencia de Estados Unidos en 1776. En efecto, y siguiendo a Dickinson (2007), Dulles (1930), Kirker (1970) y Stackpole (1953), previo a la revolución norteamericana de 1776, los barcos mercantes de las trece colonias tenían vedado el paso más allá del cabo de Buena Esperanza para acceder al océano Índico, así como también para dirigirse al oeste a través del cabo de Hornos, debido al monopolio ejercido por la Compañía de las Indias Orientales para comerciar con los puertos del lejano oriente.
Otra consecuencia negativa para los norteamericanos estuvo dada por los efectos de la guerra para con su flota ballenera, que además de sufrir una notoria disminución debido a la destrucción y capturas llevadas a cabo por la Marina Real Británica, entre 1776 y 1783 se implementó un bloqueo a los puertos de Nueva Inglaterra con el fin de prohibir la colocación del aceite de ballena yankee directamente en Londres.
En tercer lugar, la expansión de loberos norteamericanos se explica por el influjo que significó para el comercio internacional, al promediar la segunda mitad del siglo XVIII, la apertura del puerto de Cantón en China para la marina mercante estadounidense (Dulles, 1930: 3-4; Greenberg, 1951: 41-48).
En este sentido, las pieles de nutria eran utilizadas por las clases altas chinas para la fabricación de vestuario. Su uso estaba dado para servir de forro de prendas de vestir, fundamentalmente abrigos, bandas para el cuello y sombreros, atavíos que para el caso de las clases altas, se revestían con pieles de nutria, mientras que las posiciones sociales inferiores utilizaban pieles de lobos marinos finos (Kirker, 1970: 8). En aquellos casos en que las pieles de lobos marinos no habían sido adecuadamente conservadas, su pelaje se empleaba para fabricar fieltro, material común y popular en China para la confección de vestuario (Busch, 1987: 8).
A contar de 1796 en adelante, Londres empieza a encumbrarse como otra importante plaza para la recepción de pieles, debido a que en aquel año el inglés Thomas Chapman inventó un proceso que permitía desprender la capa de pelos gruesos de las pieles de fur seal (Jones, 1991: 628-629), posibilitando que estas conservasen la capa interior y de pelaje terso, característica que las hizo muy apetecidas por parte de las élites chinas para la confección de vestuario. Cabe consignar que, aún antes de la invención de Chapman, las pieles llegaban a Londres por parte de los loberos británicos, desde donde eran reexportadas a Cantón por medio de los barcos de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales (Richards, 2003: 2). En China, tempranamente idearon un método para retirar la capa gruesa de pelos de la piel del lobo fino, lo que naturalmente dio la ventaja comercial al concurrido puerto de Cantón.5
Rutas de navegación y logística
La explotación comercial de otáridos se inició paralelamente a la expansión de la actividad ballenera en latitudes australes. Por esta razón es que desde un principio no fue extraño que se organizasen expediciones con fines de caza de ballena y de pinnipedos, máxime considerando que de todos esos mamíferos marinos además se podía extraer aceite, lo que llevó a calificar a estas incursiones como “viajes mixtos” (Watson, 1931: 476). Los balleneros ocasionalmente cazaban lobos y elefantes marinos para completar sus cargas de aceite (Clark, 1887: 400) y los loberos no solo perseguían lobos finos (por sus pieles), también hacían lo propio con lobos comunes (aprovechando cuero y su grasa para la obtención de aceite) y elefantes marinos (obtención de aceite). A medida que la población de mamíferos marinos decayó, los sealers devinieron en cazadores de nutrias, coipos, ballenas y cachalotes, además de los ya mencionados otáridos (Mayorga, 2016).
Desde fines del siglo XVIII y hasta el año de 1812 (guerra anglo-estadounidense), cientos de embarcaciones loberas enarbolarían sus velas rumbo al Atlántico sur y al Pacífico, siguiendo un patrón de dispersión geográfica que comenzó en las islas Falkland/Malvinas (1786) y continuaría hacia la costa nororiental de Patagonia (1790), isla de los Estados (1790), isla Tristán de Acuña (1790-1791) e islas Georgias del Sur (1791). Hacia fines del siglo XVIII los cazadores de lobos cruzaron el cabo de Hornos para dirigirse al archipiélago de Juan Fernández (1792), islotes San Félix y San Ambrosio (1793), Islas de Australia y Nueva Zelanda (1792), Baja California (1806).6 Tras el paréntesis producido por la guerra anglo-estadounidense y producto del decrecimiento de las poblaciones de pinnípedos en las mencionadas áreas, los cazadores de otáridos retornarían al Pacífico sur luego del descubrimiento de las islas Shetland del Sur en 1820, y tras el exterminio llevado a cabo en torno a aquel archipiélago y a otras islas adyacentes (Orcadas del sur, Sandwich del sur), los cazadores se dirigieron a las aguas interiores de la Patagonia occidental hasta el sur de la isla de Chiloé, Tierra del Fuego, islas Falkland/Malvinas e isla de los Estados, e inclusive, la costa nororiental patagónica, así como también a remotas islas ubicadas en el Atlántico sur y en el océano Índico, tal como se aprecia en las bitácoras de navegación y las diversas fuentes afines.
Las rutas seguidas por los loberos estuvieron determinadas por los lugares donde se concentraban grandes cantidades de otáridos, por los mercados donde era factible comercializar los productos y, naturalmente, por aquellos sitios que permitían el suministro de elementos vitales para el desarrollo de la actividad. En un primer momento (previo a 1812), los lugares de más asidua concurrencia fueron las islas Falkland/Malvinas, Georgias del Sur (ambas en el Atlántico sur) y seguidamente la isla de Masafuera (33°46’S-80°48’O), frente a la costa de Chile. Quienes emprendieron estos viajes pioneros demarcarían los derroteros que en los años sucesivos seguirían las demás tripulaciones loberas en busca de sus presas.
Sea que partiesen desde puertos británicos o desde aquellos de la costa este de EE.UU., las embarcaciones emprendían rumbo, en primer lugar, hacia las islas Cabo Verde, donde se abastecían de alimentos y sal. Este último suministro era fundamental para el proceso de conservación de las pieles.
El viaje proseguía hacia el sur, costeando la costa americana, tocando en determinadas ocasiones la costa de Brasil y los puertos del río de La Plata, y seguidamente, singlaban por la costa oriental de Patagonia, donde algunas embarcaciones cazaban lobos marinos de uno y de dos pelos y también aprovechaban el clima seco del lugar, para secar las pieles obtenidas allí o en los apostaderos situados más al sur. Y además, como se ha detectado, efectuar algunos intercambios en base al trueque, con grupos de aborígenes Aónikenk que habitaban el área.
Como se menciona anteriormente, las expediciones loberas se surtieron de todo el arsenal de conocimiento que surgió desde las exploraciones científico-navales, particularmente en relación a territorios como las islas Falkland/Malvinas, las costas de Patagonia, Tierra del Fuego, isla Alejandro Selkrik, Nueva Zelanda y Australia, entre otros. Son lugares que tenían como característica en común albergar una inmensa cantidad de mamíferos marinos, información que a la sazón sería fundamental para el proceso de expansión industrial y comercial que se comenzó a manifestar con énfasis en este periodo, sobre todo en Inglaterra y, tras alcanzar su independencia, en Estados Unidos. Precisamente el aceite, utilizado para lubricar las máquinas de la industria textil y más adelante la maquinaria a vapor, y por otro lado las pieles de lobos finos, serán dos mercancías que coadyuvarán a la vinculación de sectores periféricos con áreas metropolitanas en el hemisferio norte.
Características de las faenas
La actividad lobera tuvo como característica fundamental una escasa utilización de tecnología, uso intensivo de mano de obra y consecuentemente, una serie de procesos altamente demandantes (Dickinson, 1993: 3). Teniendo en cuenta lo anterior, solo el acicate que producía la posibilidad de obtener fortuna y la idea romántica de adentrarse en aguas desconocidas, llevó a muchos hombres de mar a embarcarse en los cruceros loberos, a pesar de que, como se verá, el trabajo y los procesos que se requerían, tanto a bordo como en tierra, implicaban más bien privaciones, precariedad y riesgo.
El equipamiento necesario para llevar a cabo las faenas consistía en botes balleneros, lonas y materiales para la construcción de improvisados campamentos, ropa adicional para las cuadrillas de loberos, cuchillos, macanas y municiones, así como también equipos adicionales de aparejos, y en determinados casos, una serie de productos consistentes en espejos, botones y abalorios, con el fin de comerciar con los aborígenes (Clark, 1887: 426, 443-444).
Las provisiones habituales consistían en barriles de carne salada de vacuno y cerdo, pan, galletas, miel, té, café y ron. La grasa y el aceite obtenidos de los lobos marinos les servía para cocinar sus alimentos; en aquellos momentos en que las cuadrillas de loberos no recibían oportunamente la renovación de sus provisiones, la carne de los otáridos reemplazada a la de vacuno. Los huevos y carne de aves que obtenían desde las islas Falkland/Malvinas y las islas de las costas de Patagonia complementaban la dieta de los cazadores. En el caso de los huevos, estos se sumergían en aceite de lobo marino y se empacaban entre capas de arena al interior de barricas, manteniéndose frescos de entre cuatro a seis meses (Kirker, 1970: 44-45). Asimismo eran llevadas barricas con agua dulce, con un suministro para tres meses. En cada oportunidad donde era posible disponer del vital elemento, las tripulaciones aprovechaban las recaladas para rellenar sus reservas de agua.
Otro suministro básico transportado a bordo de las embarcaciones loberas era sal, fundamental para la preservación de las pieles, elemento que era incorporado a las bodegas del navío, desde las islas de Cabo Verde. Se almacenaba en contenedores dispuestos en ambos lados de las bodegas del barco, cada uno con capacidad de 500 a 600 bushels (fanegas),7 recipientes que además les servían para almacenar parte de las pieles.
El tratamiento de las pieles, proceso fundamental en esta industria, consideraba dos procedimientos bien diferenciados: el secado de las pieles a través de la acción del aire y el sol, y el curado de las pieles a través de la aplicación de capas de sal. Ambos métodos estaban dados fundamentalmente por el mercado al que eran destinados los cueros. Al respecto, el capitán lobero estadounidense, George Gilderdale, refiere que las pieles destinadas al mercado de Cantón requerían de un proceso de secado al aire libre, en tanto que las pieles que posteriormente empezaron a ser demandadas en Londres, resto de Europa y Estados Unidos, requerían de la utilización de sal para su correcta preparación.8
Sin embargo, previo a la realización de este proceso, se debía dar cuenta de los lobos marinos, actividad que se llevaba a cabo entre los meses de octubre a marzo, época de parición (pupping season, en la nomenclatura lobera) y copulación de estos preciados mamíferos en esta parte del planeta -a diferencia de otras fechas; por ejemplo, en la costa de California, en el hemisferio norte, la temporada se extiende entre los meses de mayo a agosto.
El método empleado para dar muerte a los pinnípedos resultaba bastante cruento. La herramienta utilizada por los loberos en esta tarea era una macana o garrote, conocido como seal club, que consistía en un trozo de madera de unos cinco pies de largo, es decir, poco más de metro y medio de longitud. Armados de sus seal clubs, los cazadores cargaban contra los cráneos y/o narices de los otáridos, después de lo cual los animales caían aturdidos al suelo.
Una vez finalizados los knock-downs, después de cuya realización un gran tendal de otáridos cubría la superficie de los roquedales, los loberos se daban a la tarea de extraer la piel del cuerpo de los pinnipedos, labor que debía ejecutarse con prontitud, puesto que mientras menor sea el tiempo en que se extraigan las pieles de los cadáveres, menos dificultad reportará la desolladura.
Figura 1. Roquerío en la isla Beauchene, grupo las Falkland/Malvinas
Fuente: Fanning (1833).
El Diario de Ebenezer Townsend Jr.
Es representativo del periodo inicial de la caza de lobos marinos (etapa previa a 1812), el viaje del Neptune, capitaneado por Daniel Green. El navío zarpó desde el puerto de New Haven (Connecticut), en noviembre de 1796, con destino al archipiélago de Juan Fernández. Entre los financistas de la expedición, figuraba el comerciante Ebenezer Townsend, quien en 1796 equipó una embarcación de 350 toneladas, provista con 20 cañones. Como era la costumbre, con el fin de velar por sus intereses comerciales, embarca como sobrecargo a su hijo Ebenezer Townsend Jr.
El resultado de la expedición fue extremadamente provechoso, ya que lograron cargar 50.000 pieles, la mayoría de estas obtenidas en la isla de Masafuera, las que fueron vendidas en Cantón en 1798. El propietario obtuvo una ganancia de US$100,000, el sobrecargo US$50,000, y US$70,000 fueron repartidos entre el Capitán y los demás miembros de la tripulación, los que en promedio recibieron US$1,200 c/u.
Los detalles de esta expedición provienen del diario de viaje que llevó Ebenezer Townsend Jr. Al respecto, en una de las cartas dirigidas a su hermano, comenta lo siguiente:
1 de enero, 1797. Es mi intención escribirle cada mes, sobre los principales acontecimientos acaecidos durante el viaje que he emprendido a bordo del Neptune, capitán Daniel Green, en un viaje de pesca de lobos marinos al océano Pacífico y a China; esto lo puedo hacer muy convenientemente, a través de una recapitulación en mi registro diario, donde puedo registrar tan interesantes acontecimientos, y le ahorraría el problema de llevar un minucioso y árido diario, en el cual no podrías esperar encontrarte con mayores incidentes, más allá de mi obligación particular de anotar el rumbo del barco (Townsend, 1888: 4).
Esta consideración e inquietud manifestada por Townsend, en cuanto a registrar detalles que vayan más allá de los que tradicionalmente se apuntaban en los logbooks, permitió develar interesantes aspectos de la expedición. En tal sentido, este diario de viaje abunda en informaciones que dan cuenta del primer contacto registrado entre loberos anglosajones y aborígenes australes, en este caso, un grupo de indios Aónikenk (Patagones).
El navío zarpó desde New Haven a fines de 1796, y a inicios del año siguiente se encontraba en las islas de Cabo Verde, donde tras conseguir la sal necesaria para el posterior curado de la pieles, se dirigió hacia las islas Falkland/Malvinas, lugar que utilizarán como base de operaciones, hasta su zarpe definitivo en marzo de 1798, hacia la islas de Masafuera, San Félix y San Ambrosio, frente a las costas de Chile.
Mientras permanecían en el archipiélago malvinense, parte de la tripulación, incluyendo al capitán Green y a Townsend Jr., se dirigen a la costa oriental patagónica, explorando desde la latitud de puerto San Julián (49°20S-67°45’O) hasta puerto Deseado (47°45’S-65°55’O), con el fin de determinar la presencia de otáridos. En este último lugar dan con cientos de estos mamíferos, aunque únicamente encuentran lobos de un pelo (hair seals), lo cual no impidió que embarcaran más de 2.000 cueros de este especie. El 10 de enero de 1798 divisan una parcialidad de aborígenes, los que fueron identificados por los loberos yankees con la denominación genérica de “Patagones”.9 En este punto Townsend refiere lo siguiente, una vez que miembros de la tripulación descienden del navío:
Como había alrededor de treinta indios, todos a caballo, en la orilla y prestos a dejar sus caballos por una galleta cada uno, nuestros marineros pronto estaban montados. Si fuese posible que los veas [dirigiéndose al remitente de la misiva], seguro hubieses creído el antiguo dicho de que señala que si montas un marino en un caballo, él se irá a galope al diablo. Los caballos eran muy buenos y de firme pisada; uno se cayó, rodando dos o tres veces, sin embargo, se levantó ileso y montó nuevamente; ninguno salió herido. Al día siguiente, sus jefes, a saber: Tesenta, Patterees, Choouse, con sus dos hijos, Lacrose y Gailar, subieron a cenar a bordo con nosotros (Townsend, 1888: 40).
Como se ve, este primer encuentro entre ambos grupos estuvo mediado por una interacción eminentemente pacífica, expresada a través de intercambios materiales y otros, que corresponden a traspasos de elementos simbólicos.
Continuando con el diario de Townsend, el 20 de febrero de 1798 vuelven a reunirse con los nativos, y en esta oportunidad comparten con ellos en su campamento o toldería, donde realizan una serie de interesantes observaciones, destacando algunos de los aspectos que se han venido analizando y refieren antecedentes respecto de intercambios materiales y simbólicos:
Los indios de la Patagonia, que son un conjunto de seres errantes, nunca comen verduras, pero viven completamente de la carne, y rara vez tienen algo de pan, pero siendo la carne silvestre, es seca, sin grasa, no requiere del uso de tantos absorbentes. [...] Los patagones acuden con frecuencia hacia nosotros con el fin de comerciar: eran muy aficionados a nuestro licor y galletas. Nos darían un caballo a cambio de una docena de galletas. Recibimos algo de guanaco, que es como un ciervo, su carne es seca, clara y dulce. Trajeron un ejemplar vivo a bordo: era un animal muy dócil. También trajeron a bordo carne de avestruz, liebre, gatos salvajes y de tigre [puma]. También les compramos mantas de guanaco, con las que se pueden hacer muy finas alfombras. Están elaboradas en base a pieles cosidas entre sí y pintadas en su interior; y son tan grandes como un cubrecama. [...] Los hombres son bien conformados, uniformemente altos y robustos. No he visto a ninguno pequeño; pero los relatos de muchos viajeros sobre su considerable estatura, no queda duda que es una exageración de parte de estos. El hombre más grande que hemos visto es Pateross, un jefe; mide seis pies menos un cuarto de pulgada [1,81 mts. aprox.]. Los españoles dicen que no hay hombre más grande en el país (Townsend, 1888: 41-42).
La cita entrega algunos importantes antecedentes respecto de las interacciones que con frecuencia se suscitarán en los años venideros. Por un lado, menciona aquellos productos con que los indios efectuaban intercambios, a saber la carne de guanaco y sus elaboradas capas, mejor conocidas como quillangos, indumentaria que por su fina confección era el producto más valorado entre quienes tuvieron la oportunidad de comerciar con los “Patagones”. De otro lado, menciona la predilección por las galletas y el alcohol, así como también, agrega Townsend, les agradan las baratijas, todos elementos que caracterizarán la dinámica mercantil desarrollada entre estos grupos humanos y visitantes foráneos.
En el contexto de la estadía de los loberos yankees en el campamento de los tehuelches septentrionales, el sobrecargo del Neptune registra otra serie de aspectos, en este caso, de corte etnográfico. Refiere que, producto del trato constante con los españoles, algunos aborígenes hablan algo de español. Se detiene en destacar lo funcional de sus tolderías, que les permite trasladarse con facilidad desde una región a otra. Compara la apariencia de los nativos patagónicos con aquellos presentes en Norteamérica, apuntando que en términos de rasgos físicos son similares, salvo por la mayor corpulencia observada en los primeros. Llegado este punto, realiza una vívida descripción del modo de cazar y del instrumental utilizado:
Ellos son expertos jinetes y generalmente cazan a caballo. Tienen una forma singular de cazar guanacos el cual corre más rápido que cualquiera de sus caballos. Tratan de rodearlos de forma de que no puedan huir. También tienen la ayuda de perros. Se usa una cuerda de cuatro o cinco pies de largo, con una piedra de un tamaño un poco menor que una uva en su extremo, y otro un poco más grande en el otro, envueltas en cuero. Una de las piedras la mantiene en sus manos, moviéndola a toda velocidad por sobre su cabeza, con el caballo a todo galope; la arrojan con tanta destreza que se enrolla entre las patas del animal, y se convierten en una presa fácil para su persecutor. Es desde el interior del animal, desde donde obtienen una altamente valorada piedra bezoar [cálculo estomacal], que según se cree tiene poderes curativos; ahora son de poco valor (Townsend, 1888: 43).
Este tipo de interacciones, donde elementos foráneos participan directa o indirectamente de las actividades rutinarias de los aborígenes, resultan ser más bien excepcionales, sobre todo en momentos previos a la instalación de asentamientos permanentes en Patagonia, los que recién empezaron a ser erigidos en 1843 en el caso del ya mencionado Fuerte Bulnes (que más adelante derivaría en el establecimiento colonizador de Punta Arenas), y 1853 en islote Pavón y/o 1878 en puerto Santa Cruz, los que serían visitados frecuentemente por los aborígenes -y viceversa-, permitiendo que mercantes y exploradores se internasen por el territorio que históricamente recorrieron aquellos. De este modo, las observaciones de Townsend corresponden a antecedentes inéditos que no solo tienen valor en cuanto a los objetivos aquí perseguidos, sino que representan un aporte para el mejor conocimiento y comprensión del pasado de los habitantes primigenios del territorio austral de Argentina y Chile.
Hasta aquí llegan las observaciones realizadas por Townsend, ya que a los días de visitar el campamento tehuelche vuelven a las islas Falkland/Malvinas, para proseguir hacia el destino principal del viaje, que eran las de Masafuera, San Félix y San Ambrosio, donde arribarían en abril de 1798. Como se ha mencionado, el viaje culminaría en Cantón, puerto donde venden las pieles obtenidas y posteriormente cargan mercancías consistentes en seda, cerámica y té, las que finalmente serían comercializadas a su regreso a New Haven en julio de 1799, tras dos años y ocho meses de viaje.
Se señaló anteriormente que en Puerto Deseado la tripulación del Neptune logra cazar 2.000 lobos marinos comunes. Esta situación es inusual para este periodo de la actividad extractiva, por cuanto los focos de interés estaban dados por las islas Falkland/Malvinas, Georgias del Sur y Más Afuera (Alejandro Selkrik); recién a partir de 1820, se cuenta con registros de mayor presencia lobera en la costa patagónica oriental.
Sin embargo lo anterior, las costas patagónicas sirvieron durante este primer periodo extractivo como un lugar apropiado para el secado y curado de las pieles extraídas desde las islas Georgias del Sur. Así lo consigna el lobero yankee Nathaniel Storer, quien reporta que a bordo del schooner Sally de 240 tons. llegan a las islas Falkland/Malvinas, y desde aquí se dedican a cazar lobos marinos finos en las precitadas islas subantárticas, hasta fines de 1802. Las pieles obtenidas son transportadas hasta la costa oriental patagónica para ser sometidas al viento y los rayos del sol, en un lugar al que los loberos estadounidenses bautizaron como Hurl Gate Harbour. Incluso construyeron una pequeña chalupa, la que posteriormente utilizaron para labores cinegéticas en las islas Falkland/Malvinas (Clark, 1887: 444). Otro lugar de la costa atlántica patagónica utilizado para el mismo proceso de secado de las pieles fue denominado New Haven Green por los capitanes loberos oriundos de dicho puerto, y consistía en una espacio de aproximadamente dos millas de extensión donde los sealers llevaban a cabo el proceso de secado de las pieles extraídas (Townbridge, 1881: 68).
Cruceros loberos Harriet Athenian Uxor en la Patagonia oriental
Parte de las faenas descritas anteriormente fueron llevadas a cabo en las costas patagónicas; en tal sentido, además del ya citado viaje del Neptune, se entregarán antecedentes respecto de los navíos loberos Harriet, Athenian y Uxor. Estos viajes, llevados a cabo en el periodo de la reanudación de las expediciones científico-navales, vale decir, posterior a 1820, dan cuenta del tipo de información con la que los oficiales navales pudieron disponer, como lo demuestran las múltiples observaciones recogidas por Parker King y Fitz Roy (Mayorga, 2016) de parte de loberos estadounidenses y británicos.
En el caso de la goleta Harriet, el capitán Gilbert Davison zarpa desde Nueva York, a inicios de noviembre de 1828, con destino a la pesca de lobos marinos. Se dirigen rumbo a las islas Cabo Verde, deteniéndose en la isla de la Sal y en Boavista, donde proceden a cargar 510 bushels (fanegas) de sal.10 El viaje prosigue hacia las costas de Brasil, donde aparca tres días en las cercanías de Río de Janeiro (enero 1829). Luego, se acercan a la costa oriental patagónica, y deciden empezar tempranamente con la cacería, específicamente entre los meses de febrero y marzo. En las costas de la actual provincia del Chubut, cazan gran cantidad de lobos comunes y finos, en torno al área de cabo Dos Bahías (44°55’S-65°33’O), islas Rasa (45°06’S-6524’O) y Arce (45°00’S-65°30’O)11 Por ejemplo, desde isla Rasa, el 16 de febrero de 1829, cazan tres wigs o machos adultos, cuatro clapmatches (hembras), cuatro yearlings (adultos) y 40 cachorros,12 correspondientes a ejemplares de lobos comunes; desde bahía Melo (44°59’S-6545’O), cazan cuatro lobos finos y 34 cachorros.13
El derrotero continúa hacia Puerto Deseado, y desde aquí, hacia las islas Jason (o Sebaldes), grupo más septentrional del archipiélago de las Falkland/Malvinas. En el trayecto, cazan dos toninas a la altura de la latitud 48°41’S. Como era habitual, una vez que arribaron a las Falkland/Malvinas, realizan las habituales maniobras de avituallamiento, cazan todo tipo de aves y capturan varios cerdos salvajes. Aquí capturan de las dos especies de lobos marinos,14 algunos elefantes marinos,15 además de recargar sus despensas con carne de cerdo y aves. Valga mencionar que entre los días 1 al 11 de octubre de 1829, recolectan más de seis mil huevos desde los distintos roquedales de la isla Beaver (San Rafael), lo que grafica el impacto ecológico que significaría la afluencia constante de los loberos por las áreas que formaban parte de sus circuitos cinegéticos.
Figura 2. Campamento lobero en la isla Byers, del grupo de las Falkland/Malvinas
Fuente: Fanning (1833).
En el caso del bergantín Athenian, este corresponde a un viaje mixto, dedicado tanto a la pesca de lobos marinos como a la de ballenas. Sale desde Nueva York, el 24 de mayo de 1836, bajo la capitanía de Rowland Hallett, en compañía de otro bergantín, el Julia, capitaneado por James Nash.
El derrotero inicial incluyó una recalada en la isla Fernando de Noronha (3°51’S-32°25’O) y en Río de Janeiro, lugares donde pasan a abastecerse de provisiones y de agua. En octubre están en las costas de Patagonia oriental, lugar donde se dedican a cazar ballenas y lobos marinos. El 17 de octubre, aproximadamente a la altura de cabo Raso (44°20’S-65°14’O), se acercan a la costa y proceden a montar un try-work,16 artefacto utilizado para el proceso de transformación de la grasa en aceite.17 Permanecen en faenas balleneras hasta mediados de noviembre, cuando optan por dirigirse al sector de cabo de Hornos.
En efecto, el 18 de septiembre de 1836, se les presenta la oportunidad de ver una ballena varada, cuya materia prima aprovecharon de extraer para su posterior transformación en aceite. Esto acaeció a la altura del golfo San José (42°20’S-64°20’O), en la actual provincia del Chubut. Además de recorrer la costa en busca de ballenas, se ocupan de cazar lobos marinos finos, tal como se ve en el registro de la bitácora del día 6 de noviembre, donde se consigna la captura de 100 ejemplares. Al otro día, proceden a efectuar la faena de curado de las pieles a bordo de la embarcación.18
Como se aprecia en el caso de esta embarcación, se dedicaron a la casa de ballenas y lobos marinos; para tal efecto, debieron recorrer no solo las aguas atlánticas patagónicas, sino también permanecer por varios días en las costas, ya sea para el procesamiento de la grasa de los cetáceos, como para llevar a cabo la pesca de lobos marinos, además de aprovechar de obtener agua, madera y huevos, con el fin de reponer las provisiones y posibilitar seguir con la expedición. De hecho, a inicios del mes de octubre, las cuadrillas de loberos se encontraban ocupados de proveerse de huevos en el área correspondiente a punta Ninfas (42°56’S- 64°20’O), al sur del golfo Nuevo.
Entre noviembre de 1833 y diciembre de 1834, efectúa un viaje en busca de ballenas el bergantín Uxor, acompañando al navío Charles Adams,19 oriundos del puerto de Stonington, desde donde zarpan el 14 de noviembre de 1833, con destino a la pesca de ballenas en las islas Falkland/Malvinas. A inicios de febrero, las embarcaciones ya se encontraban en el archipiélago malvinense, donde aprovechan de obtener huevos, pescado y agua fresca, y por cierto, ocuparse de cazar ballenas, además de pescar lobos marinos comunes.
En el mes de julio de 1834 deciden acercarse a la costa patagónica oriental para seguir con las faenas de caza, recorriendo lugares como isla Tova, bahía Bustamante, puerto Malaspina, cabo Blanco, Rada Tilly, puerto Deseado, isla Viana, entre otros, lugares donde capturan ballenas y lobos marinos comunes. Eligen como base de operaciones una bahía localizada en la isla Tova (45°06’S-66°00’O), lugar donde realizan la operación de hervir la grasa obtenida de los cetáceos y pinnípedos. En una de estas incursiones se encuentran con el schooner estadounidense Collossus, con el cual se dedican a recorrer la costa en procura de sus presas. El 25 de julio, el capitán Hall del Collossus le dispara a un guanaco, cuya carne fue aprovechada por ambas tripulaciones.20 El 7 y 8 de octubre se dedican a extraer huevos de pingüino, días antes de emprender el regreso a casa, lugar donde arriban a mediados de diciembre de 1834.
Comentarios finales
Se aprecia que las incursiones cinegéticas llevadas a cabo por loberos estadounidenses tuvieron desde los inicios de esta actividad económica a modo de teatro de operaciones, las costas patagónicas argentinas, de modo tal que la pesca de lobos marinos y ballenas bien puede ser considerada como la precursora de la actividad pesquera en la Argentina, rubro que cobrará importancia transcurrido casi un siglo de lograda la independencia (Mateo, 2015: 85). En este contexto se inscriben las incursiones cinegéticas llevadas a cabo por los loberos, quienes tras la finalización del periodo de enfrentamientos bélicos, verbigracia, las Guerras Napoleónicas y la Guerra Angloestadounidense de 1812 (que se tradujo en un receso en lo que a expediciones científico-navales se refiere, pero no de expediciones loberas), cuando se reanudan los viajes exploratorios propiciados por las grandes potencias, serán los oficiales navales quienes se beneficiarán del conocimiento acumulado por los loberos a lo largo de los viajes que debieron realizar por los diferentes océanos del planeta, y en tal sentido, estos cazadores de otáridos se vincularon directamente en el proceso expansivo llevado a cabo por las potencias europeas y Estados Unidos.
Tal como refiere Igler, a partir de este periodo, el Pacífico oriental (entendido por el autor como una entidad geográfica que abarca las costas americanas, islas de altamar y las conexiones entre estas) queda completamente vinculado al resto del mundo, a través de un proceso de aproximadamente setenta años -desde los viajes de Cook al descubrimiento de oro en California- durante el cual una serie de personajes, entre los que se cuentan científicos, mercantes, raqueros, balleneros, etc., se volcaron hacia el océano Pacífico para conectar mercados y recursos naturales, y sin que se lo propusiesen, sus objetivos particulares terminarían por coincidir con la agenda territorial de los Estados Unidos (Igler, 2013: 183).
Los antecedentes aquí entregados corresponden a informaciones inéditas extraídas desde logbooks (bitácoras) de embarcaciones loberas estadounidenses, y en tal sentido, proporcionan valiosa información respecto de los pormenores de este tipo de actividad pesquera, en cuanto a los métodos de caza, faenamiento, procesamiento de las pieles, grasa, etc. También, y desde el ámbito de la biología marina, nos da cuenta de los lugares históricos de anidamiento de pinnípedos, y entrega información respecto del número de ejemplares de otáridos en la costa patagónica en aquel periodo.
De igual modo, se registra el primer encuentro histórico documentado entre aborígenes patagónicos y una cuadrilla lobera, entre cuyos pormenores se recogen informaciones etnográficas que, por sí solas, representan un aporte para el mejor conocimiento y/o comprensión del pasado de los habitantes primigenios del territorio austral de Argentina y Chile.
Notas
1 A la luz de la existencia de históricas controversias respecto de la soberanía del archipiélago localizado en el Atlántico sur, de donde se origina la utilización en las diversas fuentes (tanto en español e inglés) de los topónimos Malvinas y Falkland, en el presente artículo se ha toma la decisión de utilizar la denominación “Falkland/Malvinas” a la hora de referirnos al mencionado conjunto insular. En tal sentido, el origen del topónimo Falkland deriva de un viaje de exploración llevado a cabo por el navegante inglés John Strong en 1690, quien bautiza el estrecho que separa las dos islas principales como Falkland Sound. En tanto, Malvinas es una derivación fonética del topónimo francés Malouines, en alusión al puerto de Saint Malo, lugar de procedencia de los colonos establecidos en Port Louis en 1764, asentamiento erigido por Louis A. Bougainville en una de las islas del archipiélago.
2 A la luz de la existencia de históricas controversias respecto de la soberanía del archipiélago localizado en el Atlántico sur, de donde se origina la utilización en las diversas fuentes (tanto en español e inglés) de los topónimos Malvinas y Falkland, en el presente artículo se ha toma la decisión de utilizar la denominación “Falkland/Malvinas” a la hora de referirnos al mencionado conjunto insular. En tal sentido, el origen del topónimo Falkland deriva de un viaje de exploración llevado a cabo por el navegante inglés John Strong en 1690, quien bautiza el estrecho que separa las dos islas principales como Falkland Sound. En tanto, Malvinas es una derivación fonética del topónimo francés Malouines, en alusión al puerto de Saint Malo, lugar de procedencia de los colonos establecidos en Port Louis en 1764, asentamiento erigido por Louis A. Bougainville en una de las islas del archipiélago.
3 Para mayores antecedentes ver: Ellis, 2005; Latchman, 1910; Zapater, 1998; Cárdenas, Grace y Montiel, 1991; Martinic, 1992.
4 La traducción al castellano de la palabra sealer, significa literalmente “foquero”, y es el término genérico quela mayor parte de la historiografía ha ocupado para referirse a los cazadores de lobos finos, lobos comunes e inclusive de elefantes marinos. Lo anterior debido a que en un comienzo, al lobo marino de dos pelos, se le llamaba foca peletera, de ahí el nombre de foqueros. En nuestro caso,se ha traducido tal vocablo anglosajón como lobero.
5 Todas las especies de Árctoaephalus poseen dos capas de pelos, una capa interna de pelos más suaves y cortos, y otra capa de pelos gruesos y ásperos. Esta última capa era la que, al ser retirada, transformaba la piel del lobo fino en una materia prima que competía en calidad con las pieles de nutria o de castor.
6 Nos hemos basado en: Busch (1987), Clark (1887), Darby (1971), Deacon (1984), Dickinson (2007), Gill (1967), Jones (1986), Kirker (1970), Stevens (1954) y Watson (1931).
7 Bushel es un contenedor de forma cilíndrica cuya capacidad varía de acuerdo al sistema de medida considerado, ya sea el sistema imperial británico o el estadounidense. Su utilización es extendida en el ámbito de la agricultura y se emplea en el pesaje de granos de maíz. En este caso en particular se ha tomado en cuenta la norma estadounidense, donde un bushel equivale a 25.40 kilogramos.
8 En: George Gilderdale Papers, 1850-1870. Nota inédita titulada “Skinning & Curing of Fur Seal”, box 1, vol. 2, G. W. Blunt White Library, Mystic Seaport Museum, Inc. Complementariamente, en Townsend (1888), Clark (1887) y Fanning (1833) se haya mayor información respecto de tales procesos.
9 En estricto rigor, el grupo con el que tuvieron la oportunidad de interactuar durante los siguientes días, corresponde al grupo denominado tehuelches septentrionales (que habitaban desde el río Santa Cruz por el sur, hasta el río Negro por el norte), emparentados con los Aónikenk (o tehuelches meridionales), grupo situado entre el río Santa Cruz hasta el estrecho de Magallanes, quienes serán los que más contacto tendrán con los loberos. Para más antecedentes respecto de las clasificaciones etnográficas referidas a los habitantes de la estepa patagónica, ver: Escalada (1949), Casamiquela (1965), Martinic (1995) y Vezub (2015).
10 Logbook of the Harriet (Log 107c), 7 y 8/12/1828, s/f. G. W. Blunt White Library, Mystic Seaport Museum, Inc.
11 Log 107c, s/f.
12 Los loberos tenían su propia clasificación para distinguir a los lobos marinos, basada fundamentalmente en función de la edad y sexo de estos mamíferos. Al respecto, véase: Fanning (1833).
13 Log 107c, 17, 20 y 21/02/1829, s/f.
14 Log 107c, 10 y 20/09/1829, s/f.
15 Log 107c, 17/09/1829, s/f.
16 Los try-works, se constituyeron en una de las mayores innovaciones de la industria ballenera yankee, ya que permitió efectuar las labores de procesamiento de la grasa de los cetáceos, a bordo de las embarcaciones, posibilitando que los viajes pudieran recorrer mayores distancias. Consistía en dos grandes ollas o pailas de fierro fundido, dispuestas sobre un horno de ladrillos, dispuesto sobre la cubierta de las embarcaciones, aunque también, podía ser trasladado a tierra para efectuar el cocimiento de la grasa (Headland, 1992: 53).
17 Logbook of the Athenian (Log 4), G. W. Blunt White Library, Mystic Seaport Museum, 17/10 de 1836, s/f.
18 Log 4, 18/09, 6/11 y 7/11 de 1836, s/f.
19 En: George Elliot Collection, Vol. 3. Journal of a whaling voyage from Stonington, Connecticut on the brig Uxor, ship Charles Adams, tender, 1833-1834, G. W. Blunt White Library, Mystic Seaport Museum.
20 Log Uxor, 25/07/1834.
Bibliografía
1. Fuentes primarias
a) Inéditas
George Elliot Collection, Vol. 3. Journal of a whaling voyage from Stonington, Connecticut on the brig Uxor, ship Charles Adams, tender, 1833-1834, G. W. Blunt White Library, Mystic Seaport Museum.
George Gilderdale Papers, 1850-1870. Nota inédita titulada: “Skinning & Curing of Fur Seal”, box 1, vol. 2, G. W. Blunt White Library, Mystic Seaport Museum, Inc.
Logbook of the Athenian (Log 4), G. W. Blunt White Library, Mystic Seaport Museum.
Logbook of the Harriet (Log 107c), G. W. Blunt White Library, Mystic Seaport Museum, Inc.
b) Editadas
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* El presente artículo forma parte del Proyecto FONDECYT 1170318 “Narrativas etnográficas y operaciones balleneras en las costas sudamericanas entre los siglos XVII y XX: patrones, transformaciones y continuidades”.
Recibido: 30/11/2016 Aprobado: 3/3/2017
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