Daniel Stewart.
“Las viñas de Concepción: distribución, tamaño y comercialización de su producción durante el siglo XVII”/ “The vineyrads of Concepcion : distribution, size, and comercialization during the 17th century”
RIVAR Vol. 2, N° 4, ISSN 0719-4994, IDEA-USACH, Santiago de Chile, enero 2015, pp. 106-124
Artículos
Las viñas de Concepción: distribución, tamaño y comercialización de su producción durante el siglo XVII
The vineyards of Concepcion: distribution, size, and comercialization during the 17th century
Daniel Stewart**
** "Estadounidense, Magíster en Antropología de la Universidad de Brigham Young (Provo, Utah, E.E.U.U), alumno del programa de Doctorado en Historia, Universidad de Chile (Santiago de Chile, Chile). Correo electrónico: danielmoroni@hotmail. com
Resumen
Este trabajo analiza la creación y distribución de las primeras viñas comerciales del obispado de Concepción y la evolución de ellas durante el siglo XVII. Aquí se pretende profundizar las palabras de elogio de las cronistas sobre el vino de Concepción por medio de un estudio sobre las viñas existentes durante el siglo XVII. Se reunió información sobre ciento catorce viñas, la cual nos permite ver su ubicación, tamaño y formas de comercialización. Debido a esta información entramos en el mercado vinícola de la frontera, donde miramos las formas de venta que hicieron los hacendados militares en ambos lados de la frontera. Confirmamos la importancia del vino como parte central de la dieta de los soldados e indios amigos y su posición como producto que movía toda la economía fronteriza del obispado de Concepción a lo largo del siglo XVII.
Palabras Claves: Siglo XVII - viñas - Concepción - frontera - vino.
Abstract
This article studies the creation and distribution of the first commercial vineyards in the region of Concepcion and their evolution during the seventeenth century. Here we hope to build upon the words of praise by Chile's colonial historians of Concepcion's colonial wine industry, by studying the vineyards that existed during their lives. We were able to gather information about one hundred and fourteen vineyards, which permit us to study their location, size and commercialization. Thanks to this information we are now able to enter into the frontier wine industry, where we analyze how the military landowners sold their wine production to soldiers and Indians on both sides of the frontier. We also confirm the importance of wine, as the central part of the Chilean seventeenth century diet, for not only the soldiers and their families, but also for the indigenous population and its position as the central commodity that controlled the frontier economy of Concepcion during the seventeenth century.
Keywords: 17th century - vineyards - Concepcion - frontier - wine.
Chile está reconocido mundialmente por la calidad de su vino. Desde los tiempos coloniales el país se caracterizaba por su producción vinícola, y desde mediados del siglo XVIII, por su exportación en gran escala hacia el virreinato de Perú. Los historiadores del vino chileno se han enfocado en estudiar los modos de producción y las típicas variedades de vinos coloniales. Algunos también han indicado que existían diferencias en las variedades y formas de producción entre las viñas del valle central y las del sur del río Maule. Sin embargo, no sabemos mucho sobre la realidad de las viñas coloniales en aspectos tales como su ubicación, tamaño y formas de comercialización del producto. Este trabajo pretende analizar estos tres puntos, centrando su análisis en las viñas del obispado de Concepción durante el siglo XVII.
La importancia de estudiar el obispado de Concepción como una unidad aparte del resto de Chile colonial se justifica por su participación en los alzamientos indígenas de 1598, 1655 y 1693 y la constante influencia de la llamada “guerra de Arauco.” Estos eventos históricos y diversas diferencias climáticas, que aquí no se van a tratar, nos obligan de ver las viñas de Concepción desde la perspectiva de la historia regional, con un espacio demarcado desde el Maule sur hasta la frontera en los ríos Laja y Biobío. Si bien es cierto que en el siglo XVII los obispados propiamente tales no tenían este río por límite, sí era el que delimitaba el extremo sur de la jurisdicción de la ciudad de Santiago, y se ha tomado por tradicional límite de ambas regiones, por lo que en este trabajo al mencionar al obispado de Concepción, lo haremos en concordancia con los límites que obtuvo a mediados del siglo siguiente, es decir en el XVIII.
Como han indicado numerosos historiadores chilenos, es casi imposible estudiar la historia colonial del obispado de Concepción y mucho menos con números cuantitativos por la gran falta de fuentes seriadas. Los terremotos y la guerra de independencia destruyeron casi por completo los archivos regionales, donde en algún momento se guardaban los registros notariales y judiciales de las ciudades de Concepción y Chillán. Los únicos registros conocidos que todavía existen del siglo XVII corresponden a documentos judiciales que forman parte de casos que fueron apelados al “superior gobierno” o a la Real Audiencia, ambos en la ciudad de Santiago y conservados en los respectivos repositorios rotulados Capitanía General y Real Audiencia, del Archivo Nacional Histórico. Además de estos, tenemos una porción del archivo Jesuita que la Real Audiencia envió a Madrid después de la expulsión de la Orden del reino de Chile y unos cuantos libros de la Caja Real de Concepción.
No obstante, hemos intentado reconstruir un catastro de las viñas del obispado de Concepción que estuvieron activas durante el siglo XVII. Utilizamos pleitos judiciales, testamentos, cartas de ventas y mensuras de tierras, entre otros documentos coloniales, para reunir información sobre la mayor cantidad posible de viñas, para así poder analizarlas cuantitativamente y definir algunas características de lo que sería una típica viña de este obispado. La revisión de los fondos coloniales ya mencionados tuvo por resultado una base de datos de casi mil piezas de las cuales aproximadamente un cuarto contienen datos sobre una o más viñas. Por esta razón se postula que se puede utilizar la historia cuantitativa en el análisis de la distribución de las viñas del obispado de Concepción. Aquí se presenta información reunida sobre ciento catorce viñas, de las cuales sabemos la cantidad de plantas en unas setenta y cuatro. Dichas viñas incluyen un total de 1.168.003 plantas con un promedio de 15.784 por unidad1.
Concepción y su comarca
Las viñas y el vino llegaron al valle de Concepción junto con los primeros conquistadores. Desde esta temprana fecha hubo viñas en la traza de la ciudad y producción artesanal de vino por parte de sus habitantes. La poca información notarial que existe del siglo XVI nos indica que los vecinos de casi todas las ciudades del sur tuvieron sus propias unidades, las que producían vino para el uso familiar y, por lo menos, para la comercialización urbana (Mazzei, 1989: 27).
Junto con la entrega de solares a los primeros vecinos de Concepción, hubo la entrega esporádica de chacras, en las cercanías de la ciudad, para la crianza de animales y la siembra de productos agrícolas. La chacra de Hualpén, originalmente del gobernador Pedro de Valdivia, tuvo una viña tal como las chacras de los valles de Tomé y Lirquén2. Se supone que cada uno de los cuarenta vecinos originales de la ciudad recibió su propia chacra, en la cual habría puesto su viña familiar.
Con el paso de los años, los vecinos de Concepción se atrevieron a cultivar las tierras al interior de la costa. En 1591, el capitán Francisco Ortiz de Atenas aceptó el mandato del gobernador Martín García de Loyola para formar una estancia en la ribera del río Itata, para abastecer el fuerte de Millapoa y más adelante la ciudad de Santa Cruz de Oñez. Además de pastorear miles de vacas, ovejas y cerdos, sembró trigo, maíz, legumbres y plantó una viña de 7.600 plantas3. La viña de Ortiz de Atenas, en el asiento de Naches, fue la primera viña comercial en la región de que tenemos noticias. En los años posteriores también instalaron viñas en la isla de la Laja, Quilacoya y Chillán, todas las cuales fueron destruidas en el alzamiento general de 15984.
En los años que siguieron se formó un ejército profesional cuyos oficiales reformados recibieron los beneficios de mercedes de tierras y encomiendas indígenas, para así poblar la comarca de la ciudad de Concepción. En 1615 ya había más de setenta estancias entre los ríos Itata y Biobío, con docenas adicionales justo al norte de ello. Los años de paz de la guerra defensiva permitieron una mayor preocupación por la tierra por parte de los hacendados militares y, en consecuencia, el cultivo de grandes viñas que abastecieron el mercado local y la ciudad de Concepción con vino no solamente para los trabajadores, sino también para los soldados y sus familias que siempre compraron al crédito.
El ámbito militar abrió un segundo mercado, en donde los comerciantes militares trasladaron el vino a lomo de mula a los fuertes fronterizos con el pretexto de venderlo a los soldados, cuando en realidad estaba destinado al comercio indígena. Durante el siglo XVII, el vino fue el motor del comercio de esclavos indígenas, “piezas” y la compra “a la usanza” de niños chicos y mujeres. Cada año docenas, si no cientos, de indígenas migraron forzosamente al norte, formando parte de las caravanas muleras de los hacendados penquistas. Los archivos judiciales contienen numerosos rastrojos de este comercio informal que nos entrega valiosa información no solamente sobre las formas del comercio, sino también de su complejidad dentro del sistema colonial.
Aparte del comercio militar, se encontraba el vino penquista en casi todas las pulperías y almacenes de la ciudad. Sus dueños se aseguraron de vender vino de su propia cosecha, donde desde 1684 no hubo impuestos de composición5. Los hacendados enviaron esporádicamente cargas de vino a la ciudad, para así permitir un abastecimiento continuo en sus pulperías. Sin embargo, la mayoría del vino producido en el obispado de Concepción se gastaba en pagar los salarios de los trabajadores o las deudas contraídas con otros hacendados o comerciantes regionales. Por esta razón se justificaba el cultivo de numerosas viñas tanto en la ciudad como en su comarca (Retamal, 1985 y Bravo, 2000)6.
Las viñas de Concepción
Desde el siglo XVI, Concepción ha sido reconocido por la calidad de sus vinos. Fernando Campos Harriet, historiador penquista, indicó que el vino de Concepción provenía de la ribera del rio Itata y que fue de alta calidad y gusto desde el comienzo de la colonia (Campos, 1981). En parte citó el libro Histórica relación del reino de Chile, del año 1646, donde el padre Alonso de Ovalle dijo, describiendo la región de Concepción:
Los vinos que se hacen en aquella comarca son generalmente mejores que los de Santiago, si bien las cepas no son tan gruesas ni levantadas; antes maduran las uvas tendidas en el suelo, como en algunas partes de Europa... (Ovalle, 1965: 201).
Además de la descripción anterior, tenemos la del jesuita Diego de Rosales quien dijo:
Por la parte oriente, ciñen la ciudad unas lomas o colinas levantadas que por parte frisan con montes, cuyas laderas se plantaron de viñas y arboledas, de manera que de cualquier parte de la ciudad que levantara uno los ojos, veía hermosísimas tablas de planteles y variedad de árboles, aunque ya, como se ha experimentado que la tierra adentro se da mejor el vino que en la vecindad del mar, se ha dejado de cultivar esas viñas por haberse mejorado en otras. (Rosales, 1877).
Por su parte, Juan Ignacio Molina escribía que
las uvas que maduran a lo largo de las riberas del río Itata producen el mejor vino de Chile; se le llama vino de Concepción, porque todos aquellos viñedos pertenecen a los habitantes de dicha ciudad. Este vino es de color cereza, generoso, de excelente gusto y no cede a ninguno de los mejores vinos de Europa (Molina, 1987:199).
Por medio de estas descripciones de primera mano, queda claro que la región de Concepción era conocida ampliamente en el siglo XVII por sus viñas y la calidad de su vino. Estas viñas, al contrario de lo que sugiere Campos Harriet, no solamente fueron del partido de Itata sino de toda la región de Concepción (Campos, 1981).
Muchos de los nuevos colonos militares del siglo XVII utilizaron los recursos obtenidos del real situado para conseguir tierras y mano de obra para el cultivo de sus viñas. Sin embargo, la escasez de mano de obra y el peligro constante de malocas indígenas o saqueos por bandas de renegados del ejército de Arauco limitó drásticamente el desarrollo económico del sector y el cultivo de viñas. Uno de los desafortunados que no logró encontrar la mano de obra necesaria para cultivar su viña fue el alférez Fernando Ramírez, quien en 1645 se encontró obligado a vender la estancia Llolcura al no tener cómo trabajarla7 Decía que “...la estancia no tiene un indio de servicio y no hay para alquilar para beneficiarla y la viña esta grande parte de ella quemada por los incendios de la campana por haber gente que los ataje y repare8. En poco tiempo, la viña perdió todo su valor y solo se podía venderla por el precio de la tierra.
En consecuencia de la falta de mano de obra, durante el siglo XVII la mayoría de viñas del obispado de Concepción se situaron en las cercanías de los fuertes fronterizos, o colindantes a los caminos reales que conectaron los fuertes fronterizos con las ciudades de Chillán y Concepción, donde era fácil utilizar la gente disponible. Los lugares elegidos para el cultivo de viñas, las colinas y las riberas de los ríos, ofrecieron lugares de fácil acceso al agua y protección de animales y ataques maliciosos. La mayoría de ellas datan de los primeros veinte años del siglo XVII, y se mantuvieron en su lugar y tamaño original durante muchos años. Aún después del alzamiento general de 1655, los hacendados replantaron sus viñas en el mismo lugar con la misma cantidad de plantas, así utilizando los cercos y murallas naturales de las originales. Solo después de recuperar las viñas perdidas, empezamos a ver algunos cultivos nuevos al final del siglo XVII.
Nuestro rastreo de las fuentes coloniales nos proporcionó información sobre ocho viñas coloniales ubicadas en los cerros colindantes de la ciudad de Concepción (Penco). El convento mercedario y varios de los primeros vecinos de la ciudad controlaron el acceso de los cerros, desde donde se podía cultivar viñas para el abastecimiento urbano.
Figura 1: Hacienda de Gualpén
Fuente: ANH, Real Audiencia, vol. 2319, pieza 3, foja 129. Fotografía del autor
Las viñas de Itata
Las viñas coloniales mejor conocidas de Chile corresponden a las llamadas viñas de Itata. Desde su origen con la viña de Naches en 1591 hasta el siglo XVIII, la ribera del río Itata se utilizó para la formación de algunas de las grandes viñas de la zona9. Su ubicación, relativamente distante de la frontera, permitió una mayor estabilidad laboral donde los hacendados militares podían invertir sus ganancias sin el constante temor de un ataque indígena.
En el comienzo del siglo XVII, el presbítero García de Alvarado formó en la ribera del Itata la hacienda de Magdalena, con una viña de 13.000 plantas (Sánchez, 2009). Antes de morir donó la hacienda con su viña al colegio jesuita de Concepción, para así facilitar la obra misional entre los indígenas del sur. En el sector de Magdalena rápidamente aparecieron otras viñas como Conuco, Batuco, Perales, Guaquehua y Torreón. Los jesuitas controlaron muchas de ellas y rápidamente llegaron a ser los señores de la producción de Itata.
Muchos de los hacendados de la zona enviaron sus excedentes a sus pulperías en la ciudad de Concepción, mientras que algunos abastecieron la ciudad de Chillán. Los que pudieran unirse con los comerciantes jesuitas enviaron grandes cantidades de vino al tercio de Arauco y los presidios de Valdivia y Chiloé10. Los jesuitas utilizaron su fuero religiosos para sobre abastecer sus instalaciones fronterizas, sin pagar los derechos reales correspondientes, para así conseguir los materiales que faltaron por medio del intercambio de su vino o, en algunos casos, la formación de pulperías en las iglesias y misiones del ultra Biobío11.
Esta investigación cuenta con información sobre veinticuatro viñas en el partido de Itata, de la cuales sabemos la cantidad de plantas en diecinueve. En ellas había un total de 282.100 plantas con un promedio de 15.672 plantas cada una. Entre ellas, queremos destacar primero el conjunto del sector de Conuco (31.000 plantas), viña perteneciente al gobernador Alonso de Rivera y sus sucesores y las viñas del capitán Francisco Costanzo en el sector de la boca de Itata. En el 1635 Costanzo era dueño de cinco viñas: Tanque con 10.000 plantas, San Esteban con 12.500, Relebue con 12.000, Quinchaquillay con 9.000 y Cobquecura con 4.000 plantas12.
Las viñas de Puchacay
Muchas de las primeras chacras de la ciudad de Concepción se encontraron en los valles colindantes de Hualqui, Lirquén, Puchacay y Tomé. Desde la primera mitad del siglo XVII estos valles concentraron la mayor parte de la población rural, con varias docenas de estancias. Tenemos información sobre treinta y seis viñas, de las cuales sabemos la cantidad de plantas en veinticinco. En ellas hubo un total de 389.800 plantas con un promedio de 15.592 plantas cada una.
Al igual que otros sectores de la frontera, algunos de los hacendados de Puchacay comenzaron a juntar varias mercedes de tierras para así crear estancias de gran tamaño. Oficiales del ejército como Diego Simón de Espina, Luis Castillo Velasco y Alejandro de Candía consiguieron múltiples mercedes de tierras en su nombre y aún más por medio de terceros que las obtuvieron con la única intención de vendérselas13. Desde esta composición de la tierra salieron las viñas de Casablanca con 30.000 plantas, Guaro con 32.000, Florida con 40.000, Peulmeulcon 22.000 y Perales con 28.100 plantas, por nombrar solo algunas.
El partido de Puchacay abasteció mayormente la ciudad de Concepción y el tercio de Arauco. Se concentra la mayoría de ellas en los valles de Tomé y Coyanco donde los oficiales mayores del ejército formaron algunas de gran tamaño para abastecer las guarniciones militares14. Sin embargo, la gran cantidad de pobladores en la zona y la pobreza general que se encontraba allí, permitió la creación de muchas viñas pequeñas donde sus dueños no podían participar en los mercados militares.
Las viñas de Buena Esperanza (Rere)
El partido de Buena Esperanza se diferencia de los demás partidos de la frontera en que originalmente fue diseñado no como un lugar para colonos, sino como una estancia del rey, para la siembra del trigo y el pastoreo de ganado fiscal. Esta estancia servía como uno de cinco bases productivas para el abastecimiento del recién formado ejército de Arauco. Sin embargo, el mismo gobernador que la fundó, Alonso de Rivera, comenzó la entrega de mercedes de tierras en el mismo lugar para la construcción de haciendas y estancias rurales, lo cual con el paso del tiempo puso fin a las estancias del rey.
La primera merced de tierras de que tenemos registro en la zona fue en febrero de 1605, cuando Alonso de Rivera dio una merced al comisario general Álvaro Núñez de Pineda de “todas las tierras entre los esteros Quenquegueno, Prapedi, Palometaro, y estero de Gomero que son a 4,5 leguas al uno al otro”15. Nombró como vecino al capitán Sebastián Espinoza, de quien no tenemos mayores referencias. Sin embargo, tres meses después, en mayo de 1605, cuando el capitán Alonso Cid Maldonado recién tomó posesión de las tierras en el nombre del comisario general, indicó que las tierras lindaban con las estancias del capitán Juan Fontalba, cabo del fuerte de Buena Esperanza, capitán Andrés Jiménez de Lorca y el sacerdote Miguel Cid, omitiendo al antes mencionado capitán Sebastián Espinoza.
Con el paso de los años el partido recibió varias decenas de pobladores, quienes en su conjunto cultivaron las tierras en las inmediaciones de los fuertes de la línea defensiva. En 1659 el licenciado Álvaro Ibarra citó una declaración del maestro de campo Martin de Erices, quien entregó información sobre una visita que el corregidor del partido de Buena Esperanza hizo en el año 1653.
El Capitán Phelipe de Macaya visitó la estancia que llaman del Rey y su partido siendo su corregidor por el año 53 dos antes del alzamiento general de los indios...hallo en 83 estancias que visito fuera de otras tres que están des otra parte de Viovio que aquel año se habían cogido en ellas 18.365 fanegas de trigo, 25.910 arrobas de vino.16
El alzamiento de 1655 arrasó con todas las estancias del partido, causando su completo abandono hasta el año 1662 y su lenta recuperación comercial solo después del año 1674. Muchos de los antiguos pobladores perdieron sus propiedades por no acreditarlas con títulos originales, mientras que los herederos de los que perdieron sus vidas en el alzamiento a veces gastaron años en peleas judiciales sobre sus derechos a la tierra o simplemente las vendieron a precios muy bajos a los nuevos oficiales del ejército. La mayoría de estas viñas fueron quemadas en los primeros días del alzamiento, y las restantes perdieron su productividad por el rápido crecimiento de malezas y arbustos requiriendo su completa renovación17. En 1694, unos veinte años después que comenzó la recuperación comercial de la zona, una nueva visita del corregidor arrojó la existencia de sesenta propiedades comerciales con una población de 669 indios campesinos, algunas de las cuales tenían viñas18.
Nuestra investigación ha encontrado información sobre treinta y dos viñas en el partido de Buena Esperanza. La mayoría de ellas existían desde el principio del siglo XVII las que en su mayoría vendían su producción anual a los soldados de los fuertes colindantes o a los indios al sur del Biobío. Sabemos la cantidad de plantas en veintidós de estas viñas que en total tenían 438.000 plantas con un promedio de 19.910 plantas por unidad.
Las cuentas de la viña de Quilacoya y las administradas por Basco Contreras indican que una viña de unas 20 mil plantas podría producir entre seiscientos y mil arrobas de vino cada año19. Sin embargo, las heladas y la falta de inversión en los aperos de la viña limitaban su aprovechamiento. Los dueños no contaban con recursos para conseguir lagares y vasijas adicionales para los años de cosechas abundantes. Los testimonios de los afectados de la zona indicaron que en los años de mayor producción, los hacendados aumentaron la venta de vino recién hecho a los trabajadores indígenas, para así poder ocupar nuevamente el espacio para producir más vino.
Adicionalmente algunos oficiales invirtieron sus ganancias en la compra de maquinaria para la producción de aguardiente, donde utilizaron todas las uvas que sobraron de la cosecha. Las cuentas de la estancia Jesuita de Guaquehua, que comienzan con la cosecha del año 1685 muestran una cosecha fija de 800 arrobas de vino y una producción creciente de aguardiente20. Los testigos, en el caso ya mencionado de Quilacoya, acusaron sin éxito al veedor general de ocultar la producción real de su viña por medio de un aumento radical de la producción de aguardiente21. En 1683 el veedor general Phelipe Vásquez Cortes vendió la estancia de Ranquil al asentista del real situado Francisco García Sobarzo, parte del inventario de la hacienda tenía “dos fondos de cobre uno de 10 arrobas y el otro de sacar aguardiente”22. Sin embargo, al parecer la producción de aguardiente no era tan común durante el siglo XVII en la frontera de
Concepción
Las viñas comerciales se concentraron en las cercanías del tercio de Yumbel, donde los setecientos soldados permanentes y sus familias gastaron gran parte de sus sueldos en comprar vino a crédito. Allí encontramos las viñas de Quilacoya con 28.000 plantas, Palinco con 34.000, Tomeco con 43.000, Pinihue con 56.000 y Río Claro con 80.000 plantas, por nombrar solo algunas. Lamentablemente no tenemos información sobre viñas que podríamos llamar familiares durante el siglo XVII, siendo las más pequeñas registradas las del capitán Toribio Fernández de Luna con 4000 plantas y de doña Ana Pérez de Benavides con 4000 plantas23.
En los años antes del alzamiento general hubo dos concentraciones comerciales de propiedades, primero los Jesuitas, con las estancias de Tomeco y Ventura y, segundo, las del comisario Melchor Contreras con las estancias Curipichun, Buena Esperanza y Palinco24. Ellos vendían regularmente su producción a militares quienes comercializaron en ambos lados de la frontera. Su ubicación en la frontera militar de Chile colonial permitió la rápida comercialización de su producción y el constante peligro de un ataque indígena que frenó la inversión en infraestructura en la zona.
Las viñas de Chillán
A diferencia de los otros partidos fronterizos, el partido de Chillán casi no se utilizaba para la producción de vino. Su ubicación periférica y la distancia a los centros comerciales de la frontera o la ciudad de Concepción relegaban a los hacendados a vender su producción en casa o en la pequeña ciudad de Chillán.
Tenemos información sobre trece viñas ubicadas dentro de los límites del partido. En nueve de ellas registramos un total de 58.103 plantas por un promedio de solamente 6.456 plantas cada una. Solo a tres de ellas podríamos llamar comerciales: Cospin con 11.000 plantas, Mengolcura con 14.000 y Larque con 12.000 plantas, mientras que los demás no contaban con bastantes cepas como para justificar su comercialización25. Este análisis corresponde con la designación de Chillán como centro ganadero de la frontera y lugar transitorio entre los vecinos de Itata y la frontera. No podemos insinuar que los hacendados de Chillán no participaron del mercado del vino, porque los pocos registros que quedan de la zona muestran su participación, aun si fue de una escala menor que el resto del obispado de Concepción. Por ejemplo, en el año 1617 murió el mercader penquista Diego de la Vega intestado. El cabildo de Concepción nombró al sargento Andrés Díaz Pinto para ver la distribución de sus bienes y la cancelación de sus deudas. Una de estas deudas era un boleto de Juan Lagos de cien arrobas de vino de Chillán. Juan Lagos era un hacendado importante de Chillán y al final del año 1617 se entregaron las cien arrobas, las cuales se vendieron en la ciudad de Chillán a 20 reales la botija de una arroba26.
Además de Juan Lagos, aquí es necesario destacar que el maestro de campo Francisco Núñez de Pineda Bascuñán tenía en Chillán la estancia posteriormente llamada San Javier, con una viña de 14.000 plantas en el asiento de Mengolcura y viñas adicionales, cuyo tamaño no sabemos, en los asientos de Semita y Pilchicoyan. Estas viñas, en conjunto con las que él poseía en la ribera del río Itata, abastecieron no solamente la ciudad de Chillán sino también el fuerte de Boroa, desde donde comenzó la mayoría del comercio de piezas aucas. Después del alzamiento indígena, Núñez de Pineda vendió sus estancias al maestro de campo Alonso Puga y Novoa, quien no solamente las repobló sino que las recuperó y aumentó su tamaño y productividad27.
Típica viña del obispado de Concepción
Cuadro 1: Distribución de las viñas de Concepción
Fuente: Refiérase al apéndice 1 para una lista documental de todas las viñas utilizadas en este trabajo
Para facilitar esta parte del análisis de las viñas de Concepción, se han dividido las setenta y cuatro viñas de las que sabemos su cantidad de plantas en tres grupos, denominadas pequeña, mediana y grande. Veintiocho por ciento de las viñas tenían entre 2.000 y 9.999 plantas y se clasifican aquí como pequeñas. Un 45% de las viñas tenían entre 10 mil y 19.999 plantas, que corresponden a las viñas medianas, mientras que las 27% restantes tuvieron 20 mil plantas para arriba, y se clasifican como viñas grandes. La viña promedio tenía unas 15.800 plantas, mientras que la más grande se encuentra con unas 80 mil, como se ve en la segunda gráfica que muestra la distribución de las viñas.
Cuadro 2: Viñas de Concepción
Fuente: Refiérase al apéndice 1 para una lista documental de todas las viñas utilizadas en este trabajo
Mercado militar del vino penquista
El vino fue la bebida más consumida por los habitantes de Chile colonial (Del Pozo, 2004 y Rosales, 1877: 193). No hay que pensar que los soldados fueron diferentes de los demás en este aspecto. El vino que ellos consumían venía directamente de las estancias productoras del obispado de Concepción.
Hay poca información sobre si el vino formaba parte de las raciones normales de los soldados de la frontera, siendo que a diferencia del trigo, el vino no fue de primera necesidad para sostener la vida. Las cuentas de los veedores generales de Valdivia y Concepción no incluyen la recolección de vino en los asientos del abastecimiento del ejército. Tampoco hubo muchas transferencias de dineros para la compra de vino o aguardiente durante la mayoría del siglo XVII.
Sin embargo, la documentación de la Caja Real de Concepción indica que el gobernador José Garro intentó normalizar la entrega de vino a los soldados, incluyéndolo con los víveres del real situado28. Los arrendatarios del asiento de Valdivia lo incluyeron en su nueva postulación cuando dijeron:
.. .y porque tengo entendido que la esta plaza y presidio necesita de vinos y aguardiente y que sobre la postura de estos géneros se están dando los pregones acostumbrados baja postura a los géneros y me obligo a dar ciento y cinquenta botijas de vino de buena calidad puestos en el puerto de Valparaíso en la bodega que se señala en donde recoger los estos víveres con la botija en que sea de navegar por precio de quatro pesos de ocho reales...treinta botijas de aguardiente peruleras bien acondicionadas a precio cada una de quince pesos de ocho reales puesto en la bodega.29
Los libros de la Caja Real de Concepción muestran que en el año 1687 el ejército, sin incluir el tercio de Valdivia, pagó 3.705 pesos 4 reales por 1.652 arrobas de vino de varios comerciantes militares y religiosos penquistas para el abastecimiento del ejército en los dos años desde la última llegada del real situado. Cancelaron 100 arrobas de vino del padre Pedro Zarate, 70 arrobas del capitán Alonso Rodríguez, tres envíos con un total de 662 arrobas del capitán Diego Montero, 270 arrobas del alférez Pedro Pérez Piñero, 460 arrobas del padre Juan Mendoza, 40 arrobas del bachiller Joseph Durán y 50 arrobas de capitán Francisco Escandón, pagando entre 14 y 22 reales por cada arroba.
En 1689, cuando llegó el próximo real situado, se repetía el proceso con la cancelación de productos del real situado para la entrega de vino de seis diferentes comerciantes, entre religiosos y militares por un total de 1.041 arrobas con un precio único de 14 reales la arroba. Al ser parte del real situado, el vino llegó a los fuertes bajo el control del Factor, quien decidía cómo iba a ser dividido entre los soldados.
El uso del vino por los soldados, antes del gobierno de José Garro, se confirma en la documentación sobre la entrega del real situado a los soldados de Valdivia30. A diferencia de los demás fuertes de la frontera, Valdivia se abastecía únicamente desde el mar con envíos regulares desde Valparaíso, con escalas en Concepción y Chiloé. En Valparaíso se cargaba con cecina, miel y harina, mientras que en Concepción se cargaba con vino y géneros que venía con el real situado. En teoría, los productos iban a ser distribuidos entre los soldados según su porción del socorro. El vino, que valía un peso seis reales la arroba en Concepción, venía cargado con un precio fiscal de 6 pesos la arroba. Sin embargo, el vino no llegaba a los soldados normales; en 1656 el veedor general Pedro León Jirón cobró con su salario 100 botijas de vino que venían con el real situado, dejando solo una pequeña porción para los demás oficiales. Su esposa fundó una pulpería y juntos comenzaron la venta de vino a los soldados por 12 pesos la botija, el doble de su precio formal y siete veces su precio original. El ejercicio se repetía con el situado de 1657 hasta que, finalmente, lo llevaron a juicio por comercio ilícito debido a la venta de vino con precios excesivos.
Los comerciantes vendían directamente a los soldados u oficiales, y fueron responsables de cobrar posteriormente las deudas con la llegada del real situado o la aparcería de nuevas piezas cogidas en guerra viva. Desde los mismos fuertes se podía comerciar no solamente con los soldados y sus familias, sino también con quien sea que quisiera comprar los productos. En 1639, el capitán Pedro de Sotomayor se casó en segundas nupcias con doña Beatriz Roa, hija del primer matrimonio del capitán Benito Sánchez Gavilán con Isabel Roa. Él recibió como parte de su dote 200 arrobas de vino que tenía que transportar desde la estancia de su suegro, en las cercanías del fuerte de Yumbel, al fuerte de Talcamávida donde se vendía a los soldados e indos amigos de la reducción31.
Pedro Olvitto, mayordomo de la familia Sánchez de Gavilán, indicó que mandó 64 arrobas al fuerte de Talcamávida con el indio Lorencillo por la cuenta del capitán Pedro Sotomayor. Además, envió 35 arrobas divididas entre cuatro viajes a la reducción de Hualqui, donde estaban acampados el resto de la compañía de indios amigos de la reducción de Talcamávida. Adicionalmente, se entregaron otras 35 arrobas a diferentes indígenas del pueblo de Talcamávida, donde Sotomayor fue cabo y comandante. Las 66 arrobas restantes fueron entregadas durante la siguiente cosecha32.
En un caso similar, en abril de 1659 testó en el tercio de Conuco el maestro de campo Francisco Cevallos, natural del valle de Castañeda en las montañas de Burgos33. Él testificó que era dueño de la estancia de Palinco, en las cercanías de los fuertes de Yumbel y Buena Esperanza, donde solía tener, antes del alzamiento general, veintidós mil plantas de viña, produciendo vino para el ejército. Ahora indicaba que él tenía en la bodega del tercio de Conuco siete cueros de vino con cien arrobas que le tocó del capitán Carrasco en la estancia de Naba. También se hallaban en la bodega treinta y nueve arrobas de vino añejo, del año pasado y veintiún cueros vacíos para cargar vino, que fácilmente podrían haber tenido trescientas arrobas de vino originalmente. Su puesto como cabo del tercio y sargento mayor del ejército le dio una ventaja de poder almacenar y vender vino a los soldados desde adentro del tercio de Conuco34.
Otros comerciantes también hicieron acuerdos con los comandantes de los fuertes para poder vender en conjunto sus productos. En su testamento, doña Catalina Sánchez de Amaya indicó que el cabo del fuerte de Purén, don Juan Güemes Calderón, tenía una deuda con su marido de 44 pesos por un poco de vino que había enviado al fuerte de Purén. La deuda no era por el vino, que fue pagado al contado por el señor Güemes Calderón, sino porque el comandante se había quedado con las mulas y aparejos usados en el envío sin devolverlos como correspondía35.
Uno de los muchos militares reformados que cambió el puesto de militar activo del ejército por uno de hacendado y comerciante fue el capitán Juan Laureano Ripete. En 1680, después de gastar diez años como uno de los tenientes principales del gobernador Juan Henríquez, se estableció con su familia en una estancia en la cercanía de Chillán. Allí, con su esposa doña Luisa Riquel de la Barrera, cultivaban una viña y producían trigo para el ejército. Una década después, al momento de fallecer, testó dejándonos el estado de sus negocios militares al momento de su fallecimiento36. Entre los deudores del capitán Ripete estuvieran siete oficiales del ejército quienes le debían más de cien pesos por vino ya entregado.
Los deudores del capitán Ripete muestran la naturaleza de su circuito mercantil con sus contactos en los fuertes de Purén y Buena Esperanza. Las más de 50 arrobas de vino mencionadas en el testamento solo representarían una pequeña porción de la venta de ese año, al recordar que muchos de los compradores habrían comprado el vino al contado, con boletos del real situado.
El caso de capitán Ripete abre otra mirada al comercio informal militar. Cada año, los capitanes reformados de las compañías de Concepción y muchos de los soldados reformados de la frontera gastaron parte del invierno y los tiempos de siembra y cosecha en sus estancias o las de sus familiares. Estos oficiales tuvieron que volver a sus cuarteles al finalizar la temporada, trayendo con ellos víveres y mercancías para vender en los fuertes. Los oficiales que no poseyeron bastante dinero para abastecerse con víveres para vender en los fuertes fueron ayudados por sus compañeros y en muchos casos los jesuitas, quienes siempre estuvieron viendo cómo enviar su producción al sur del Biobío37. Las cuentas de la estancia de Guaquehua de los años 1691 muestran que los jesuitas fiaron o vendieron vino a varios soldados para así aumentar sus ventas38. En el año 1691 entregaron 162,5 arrobas de vino a un total de once oficiales del ejército.
Para llegar a los fuertes de tierra adentro fue necesario enviar caravanas de mulas cargadas con vino y otras mercancías. Muchas veces se unieron varios comerciantes o escoltas para formar compañías que podrían transitar los caminos peligrosos con mayor éxito. Un miembro de una caravana así fue el auca Bartolomé Ingaipillán, cacique de la reducción de Ayllacuriche, quien fue eslavizado por orden del gobernador Juan Henríquez. Él testificó que servía al español Joseph Cangas Rubio y al capitán Pedro Sánchez de Amaya, ambos comerciantes militares de tierra adentro. Relató que le mandaron a conducir varias mulas cargadas con vino desde su estancia en Rere hasta el fuerte de Boroa y que después de uno de muchos viajes que hizo decidió quedarse allí tierra adentro con unos familiares39.
La dificultad de encontrar escoltas para conducir las mercancías por tierras indígenas significó un atraso importante en el mercado informal. Por ejemplo, en 1694 el medio hermano del ya mencionado maestro de campo Francisco Sevallos, capitán Pedro Sevallos, indicó que debía 63 arrobas de vino al gobernador de la plaza de Valdivia, don Alonso de Pinilla, quien lo había comprado hacía unos tres años, pero quien hasta la fecha no había enviado alguien para retirarlas40. Mencionaba además que el capitán Antonio Valdivia compraba vino de los vecinos de Concepción, en nombre del gobernador de Valdivia, para luego formar caravanas de mulas para conducirlo hasta el presidio de Valdivia, donde el gobernador lo vendía en su pulpería.
Muchos de los oficiales que consiguieron vino de los jesuitas sirvieron en el tercio de Arauco, permitiéndolos acompañar a las caravanas jesuitas que regularmente enviaron vino y otras mercancías al colegio de Arauco. Entre los años 1691 y 1692 el mayordomo de la estancia Guaquehua mandó diez caravanas de vino al tercio de Arauco con un total de 249 arrobas. También usaron vino para pagar arrieros (soldados de Arauco) y comprar las mulas para el viaje41.
Mientras que muchos de los oficiales comerciantes vendieron solo pequeñas cantidades de vino en la frontera, hubo algunos que usaron los puestos de capitán o sargento mayor activo para comercializar las cosechas completas de sus estancias. Ellos, como el maestro de campo Francisco Sevallos, ya mencionado, usaron sus propios medios para trasladar grandes cantidades de vino a los fuertes para su posterior venta.42 La lista de pagos a los soldados de ejército de 1693 muestran varios oficiales activos que, justamente, producían grandes cantidades de vino que seguramente fueron vendidos en los fuertes donde estos oficiales estaban estacionados.
Conclusión
Mientras que el vino fue solamente uno de varios productos que se vendía en forma regular en la frontera, su importancia en la dieta española y la vida indígena rápidamente lo catapultó al primer lugar entre los productos españoles de primera necesidad. Mientras que aquí hemos destacado su importancia alimenticia entre los soldados del ejército, es necesario recordar que los indios amigos de ambos lados de la frontera estuvieron dispuestos a pagar grandes sumas para dicha bebida. Tal vez ellos fueron el motor que hizo mover las caravanas de mulas cada año cargadas con cueros llenos de vino, y tal vez fueron ellos que intercambiaron primeramente vino por mujeres y niños y después vino por vacas y caballos. De esta forma recordamos que el producto agrícola número uno del comercio informal fronterizo fue el vino chileno del Obispado de Concepción.
Como pensamientos finales recordamos que el obispado de Concepción se encontraba en un estado de guerra durante todo el siglo XVII. Como explica Sergio Villalobos, no es que hubiera una guerra constante durante este tiempo, sino la eventualidad real siempre presente de un ataque indígena. Esta posibilidad de guerra, o en muchos casos bandolerismo fronterizo, no permitió la inversión necesaria para desarrollar una economía exportadora como la que tenía el resto de Chile colonial. Mientras que en el valle central hubo grandes haciendas dedicadas a la producción ganadera, para la exportación de sebo y cordobanes hacia Perú, en la frontera fueron muy pocos los hacendados que se atrevieron a invertir en la producción de ganado. Como se veía en el siglo XVIII, la falta de inversión ganadera en la zona fronteriza del siglo XVII no se relacionaba con la mala calidad de la tierra sino con la poca probabilidad de poder sacar ganancias de la empresa. Por esta razón empezaron a aparecer estancias dedicadas a la producción de trigo, ganado de matanza y viñas, cuyas ganancias fueran de forma anual.
El aumento de la cantidad de viñas en la frontera durante el siglo XVII no corresponde a razones climáticas favorables sino a su ubicación fronteriza. Los soldados del ejército de Arauco y los indios de ambos lados de la frontera eran grandes compradores de vino chileno. Muchos indios de encomienda eran pagados enteramente en vino y, aún más drástico, muchos indios de tierra adentro vendieron sus hijos o parientes, operación que era llamada “a la usanza”, por algunas pocas arrobas de vino43.
El nulo control comercial que presentaron los oficiales de los fuertes permitió la entrada de grandes cantidades de vino a la frontera, donde los hacendados militares lo vendieron a crédito a los soldados o indios amigos. Mientras que en Concepción una arroba de vino se vendía por dos pesos, en Valdivia o Boroa fácilmente llegaba a los 12 pesos44.
Además de la posibilidad de grandes ganancias comerciales, la producción de vino solucionó el problema de mano de obra fronteriza. La guerra y las enfermedades españolas casi exterminaron los Coyunches de los valles de Concepción y casi erradicaron las encomiendas en toda su comarca. Los hacendados militares consiguieron indios esclavos, libres y amigos, los cuales se unieron con los pocos que quedaron del sistema de la encomienda para formar la base de la mano de obra fronteriza. Ellos recibieron paños de la tierra en los deslindes de las estancias donde sembraron verduras para su propio sustento y el de sus familias. En cambio ellos trabajaron las viñas, dedicando su tiempo exclusivo en los tiempos de la poda, cava y vendimia. Estos trabajos no utilizaron más que tres meses al año, lo cual les permitió cultivar sus propias tierras y contratarse en las tareas de las viñas cercanas. En 1645, los indios de la estancia de Tomeco testificaron que trabajaron en casi todas las estancias de la zona durante el tiempo de la cosecha45.
Debido a las viñas y el comercio vinícola allí relacionado, los hacendados militares dominaron la tierra de Concepción, formando estancias y haciendas que perduraron durante los años de guerras y las catástrofes naturales que sofocaron la zona de forma regular. Al entrar en el siglo XVIII, el aumento de la población y el emergente mercado triguero se combinaron para reducir la importancia del mercado vinícola tal como el fin de la esclavitud indígena, y la venta “a la usanza” redujo paulatinamente el mercado de vinos entre los indios de la frontera. Sin embargo, como decíamos anteriormente el mercado vinícola fue el motor de la economía regional a lo largo del siglo XVII.
Notas
1 Aquí se puede mencionar que el catastro agrícola del partido de Puchacay del año 1780 registró 106 viñas con un total de 1.357.800 plantas y un promedio de 12.809 plantas por unidad.
2 ANH, RA, vol. 2319, pieza 3.
3 ANH, CG, vol. 133, fojas 299-328; vol. 219, fojas 252-300; ANH, RA, vol. 560, pieza 1.
4 ANH, RA, vol. 219 pieza 1.
5 ANH, RA, vol. 2444, pieza 4.
6 ANH, RA, vol. 72, pieza 1.
7 ANH, CG, vol. 226, fojas 1-26.
8 ANH, CG, vol. 226, foja 8.
9 ANH, CG, vol. 133, fojas 299-328; vol. 219, fojas 252-300; ANH, RA, vol. 560, pieza 1.
10 ANH, JES, vol. 24, pieza 1.
11 ANH, JES, vol. 25, pieza 1.
12 ANH, RA, vol. 120, pieza 1.
13 ANH, RA, vol. 350, pieza 1; vol. 560, pieza 1.
14 BN, MM, vol. 238, foja 220.
15 ANH, CG, vol. 994, fojas 354-528.
16 BN, MM vol. 97, Relación que hace a SM el Doctor Don Álvaro Ibarra….sobre el estado y alzamiento general de los indios del reino de Chile, página 3.
17 ANH, RA, vol. 72, pieza 1; vol. 612, pieza 1; vol. 921, pieza 1, vol. 1333, pieza 7.
18 ANH, CG, vol. 533, fojas 108-146.
19 ANH, RA, vol. 72, pieza 1; vol. 627, pieza 3; vol. 1333, pieza 7; vol. 2275, pieza 2; vol. 2760, pieza 2; vol. 2994, pieza 10.
20 ANH, JES, vol. 24, pieza 1.
21 ANH, RA, vol. 72, pieza 1.
22 ANH, CG, vol. 74, fojas 423-493.
23 ANH, JY, leg. 2, pieza 24; ANH, JES, vol. 99, pieza 1.
24 ANH, RA, vol. 627, pieza 3; vol. 1333, pieza 7; vol. 2275, pieza 2; vol. 2760, pieza 2; vol. 2994, pieza 10.
25 ANH, RA, vol. 1010, pieza 1.
26 ANH, RA, vol. 1274, pieza 2.
27 ANH.ES vol. 257 foja 383; ANH.RA vol. 698 pieza1, vol. 1188 pieza 1, vol. 1265 pieza 2, vol. 1963 pieza 7
28 ANH, CMI, vol. 2571, pieza 1.
29 ANH, RA, vol. 2502, pieza 1.
30 ANH, RA, vol. 1857, pieza 1.
31 ANH, RA, vol. 612, pieza 1.
32 ANH, RA, vol. 612, pieza 1.
33 ANH, RA, vol. 1918, pieza 3.
34 ANH, RA, vol. 1918, pieza 3.
35 ANH, RA, vol. 1392, pieza 2.
36 ANH, RA, vol. 2828, pieza 3.
37 ANH, JES, vol. 24, pieza 1.
38 ANH, JES, vol. 24, pieza 1.
39 BN, MM, vol. 323, fojas 1-202.
40 ANH, RA, vol. 1918, pieza 3.
41 ANH, JES, vol. 24, pieza 1.
42 ANH, RA, vol. 1918, pieza 3.
43 ANH, JES, vol. 25, pieza 1.
44 BN, MM, vol. 323, fojas 1-202.
45 ANH.JES vol. 70 pieza 7
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Siglas:
ANH: Archivo Nacional Histórico
BN.MM: Biblioteca Nacional, Manuscritos Medina
CG: Capitanía general
CMI: Contaduría mayor, primera serie
ES: Escribanos de Santiago
JES: Jesuitas
JY: Judicial Yumbel
RA: Real Audiencia
* Proyecto Fondecyt N° 1140184.
RECIBIDO: 1-08-2014 ACEPTADO: 9-09-2014
Apéndice 1: Lista documental de las viñas utilizadas en este trabajo
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